REFLEXIÓN DOMINICAL 7 DE SEPTIEMBRE
- teomormez
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DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
S.I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL
SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ
DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
7 DE SEPTIEMBRE DE 2025
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA

Primera Lectura. Del Libro de la Sabiduría 9, 13-19: ¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios?
Salmo Responsorial. Del Salmo 89: Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol San Pablo a Filemón 9b-10. 12-17: Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano amadísimo.
Aclamación antes del Evangelio. Sal 118, 135: Señor, mira benignamente a tus siervos y enséñanos a cumplir tus mandamientos.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Lucas 14, 25-33: El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.
Queridos hermanos y queridas hermanas:
Escuchamos hoy Domingo XXIII del TO CC un pasaje del Libro de la “Sabiduría”, posiblemente el último escrito del Antiguo Testamento. Entre los siglos II y I antes de Cristo, en la próspera ciudad de Alejandría, Egipto, una pequeña comunidad judía estaba tentada a sentirse acomplejada frente al ambiente erudito de la ciudad que contaba con la biblioteca más grande de la antigüedad. El Libro de la Sabiduría se propone demostrar que la verdadera sabiduría viene de Dios y que ésta supera con mucho al conocimiento humano. El creyente, lejos de acomplejarse se debe sentir afortunado de tener acceso a la sabiduría divina.
El Libro de la Sabiduría empieza con una doble pregunta, con tono un tanto irónico: “¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios? ¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto?” (Sab 9, 13) Evidencia los límites del saber humano frente a la sabiduría infinita de Dios y la dificultad e incapacidad para conocer realmente la voluntad divina. Y añade: “Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse, porque un cuerpo corruptible hace pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento” (Sab 9, 14-15).
El mismo Dios había dicho, por medio de Isaías: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes” (Is 55,8). La distancia entre nuestros pensamientos y los de Dios es infinita. Aunque la inteligencia humana es maravillosa y nunca podrá ser reemplazada por la inteligencia artificial, sin embargo, ella es limitada y pequeña frente a la magnificencia divina. La mente más brillante jamás se podrá comparar con la inteligencia y sabiduría de Dios.
El creyente reconoce que la capacidad para entender sólo viene de Dios, por eso suplica: “¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto?” (Sab 9, 17). Y concluye: “Solo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada” (Sab 9, 18).
El Libro de la Sabiduría aclara que no se puede alcanzar la salvación por medio de razonamientos discursivos humanos, por muy eruditos y sofisticados que parezcan, sino que es necesario conocer la voluntad de Dios. Para esto se requiere la sabiduría que viene del Él mismo.
Así también, para entender el Evangelio de San Lucas es preciso pensar de manera superior a la ordinaria. Pareciera que la exigencia de Jesús es excesiva e imposible de llevar a cabo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 26-27). Da la impresión de que el Señor se extralimita en exigencias injustas y hasta inhumanas. Sin embargo, no es así. No se trata de rechazar a la familia, a la que espontáneamente amamos.
Salvo casos anormales o patológicos, los padres aman a sus hijos y éstos, en reciprocidad, aman a sus padres. En general, todos amamos a nuestros familiares. Por tanto, Jesús no pide que nos privemos del afecto familiar, sino que lo hagamos con una sabiduría más perfecta y plena que la puramente humana. Él quiere que nuestra capacidad de amar se abra y extienda, pero sobre todo que se perfeccione, de modo que sea más grande a la que profesamos espontáneamente a nuestros seres queridos. Se trata de un amor más sublime, que no depende sólo de emociones y afectos pasajeros, sino de decisiones y de opciones que definen nuestro ser de creyentes.
Nuestros afectos naturales con frecuencia no son del todo generosos. Suelen buscar satisfacciones personales que fácilmente se contaminan de egoísmos e intereses mezquinos. En cambio, lo que Jesús nos pide es que nuestros afectos se abran sin estorbo alguno al amor divino, puro y perfecto. Este amor genera en nuestros corazones actitudes nuevas, impregnadas de ese amor de Dios, de las cuales puede gozar nuestra propia familia: padres, hermanos, hermanas, cónyuge e hijos.
Dicho de otro modo, el Señor nos invita a buscar la sabiduría que nos enseñe a amar no sólo desde el impuso espontáneo, sino desde el amor generoso divino, como el propio Jesús, quien por amor asumió la cruz. Él se ofreció por nosotros con amor oblativo, incondicional e infinito. El amor oblativo es aquel que tiene que ver con el sacrificio por el otro, es morir un poco a esos impulsos vivos y espontáneos de nuestro carácter que pueden lastimar a nuestro prójimo y puede incluso ser destructivos. No se trata de perder nuestra personalidad, si no de limar esas aristas de nuestro carácter que pueden ser difíciles para cualquiera de nuestros prójimos,
En esa misma perspectiva, San Pablo invita a Filemón para que reciba al esclavo que huyó de él y se refugió con el Apóstol. Le pide recibir a Onésimo, pero ya no como esclavo, aunque le asista el legítimo derecho, sino como hermano amadísimo. Así Filemón tiene la oportunidad de algo mejor: abrirse a la sabiduría de Dios, desplazando sus propios intereses. Con esta sabiduría podremos subordinar nuestros derechos, aunque sean legítimos, como defender posesiones, espacios o intereses personales, incluso podremos redimensionar el amor a la propia familia. La “Sabiduría de Dios” es Cristo (cfr. 1 Cor 1, 24), quien nos alimenta con su Palabra y Eucaristía.
Queridos hermanos y queridas hermanas: Hoy se nos invita a vivir el amor oblativo, incondicional e infinito y para logra hacer realidad este amor necesitamos desarrollar varias habilidades o virtudes, las cuales son:
La primera virtud del amor oblativo es adaptarnos. Es importantísimo desarrollar esta capacidad de adaptación, es muy difícil mantener un amor a largo plazo si no nos sabemos adaptar en la vida dinámica de nuestra familia. La primera virtud entonces que debemos de desarrollar en el amor oblativo, es esa capacidad de adaptación, de estar siempre acoplándonos a los diferentes caracteres de cada uno de nuestros familiares, hay que aprender a ser flexibles para aceptarnos mutuamente.
La segunda virtud del amor oblativo es la paciencia. La paciencia es hermana de la misericordia y es hija de la comprensión, no se trata de esperar pasivamente, la definición de la paciencia es saber esperar con actitud de cariño, pero arreglar los asuntos familiares. Cuando hay olas encrespadas más vale paciencia y silencio. Cuando el sol brilla entonces hay que atender un asunto.
La tercera virtud del amor oblativo es saber perdonar. Es muy difícil mantener una relación familiar de largo plazo si no sabemos perdonar. El perdón es también hermano de la misericordia. El perdón es muy complejo pues ¿cuántas veces pensamos que ya perdonamos y ante el más mínimo estímulo vuelve a brincar el rencor? En la mayoría de los fracasos matrimoniales, hay en el fondo una raíz de falta de perdón. Hoy existen talleres de sanación que nos pueden ayudar bastante. Es importante entonces que aprendamos a perdonar.
La cuarta virtud es la comprensión. Como dice el P. Ignacio Larrañaga “Si supieras comprender, no haría falta perdonar”. La comprensión tiene que ver con buscar atenuantes para explicar la conducta de nuestros familiares, puede ser una niñez herida, a lo mejor problemas neurológicos, desajustes hormonales. Una persona que es comprensiva no es dura para juzgar, al contrario, practica mucho la paciencia, la tolerancia, el perdón. En esta capacidad de comprensión, hay que estarnos cuestionando si tenemos algunas intolerancias de carácter. Entonces no hay que olvidar esta frase “Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar”.
Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo que crezcamos en el amor oblativo y generoso a nuestros prójimos que nos permita ofrecer nuestros talentos a su servicio. Que en este Año Jubilar 2025 seamos Peregrinos de Esperanza con cada uno de nuestros familiares y personas de nuestras Comunidades Parroquiales, amigos, vecinos y miembros de nuestra comunidad en general. Pidamos por intercesión de la Virgen María, San José y San Andrés Apóstol cargar con amor nuestra cruz de cada día. Que así sea.
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