Como blanco velo que un hábil mago deja caer suavemente sobre un objeto que intenta hacer desaparecer, así la Iglesia ha querido cubrir con la fe, el territorio que cientos años atrás, fuera el mundo de los olmecas, cuyos vestigios se han descubierto en Tres Zapotes, Santiago Tuxtla, San Andrés, Pajapan, Chinameca y Tenochtitlan.
Según datos arqueológicos la civilización olmeca se coloca entre los 800 y 100 años antes de Cristo. Probablemente es la más antigua de América y fundamento de todas las posteriores.
Se cree que los olmecas fueron los inventores del calendario, los primeros astrónomos, los primeros matemáticos.
Probablemente la civilización olmeca desapareció por alguna catástrofe en los primeros siglos de nuestra era.
Parece que después del colapso del imperio olmeca nuestro territorio fue sólo lugar de paso o escenario bélico; se ignora qué tribus lo habitaron.
A la llegada de los españoles sólo encontraron pequeñas comunidades de olmecas, náhuatls y popolucas.
Durante la colonia se distinguieron como lugares claves, Santiago, San Andrés y Coatzacoalcos; este último merece particular interés por su situación geográfica. Los mismos colonizadores lo vislumbraron como un magnífico puerto.
Coatzacoalcos que etimológicamente significa escondite de la serpiente, fue cambiado de nombre tres veces; los españoles le pusieron: Villa del Espíritu Santo por haber llegado allí el domingo 8 de junio de 1522, día de Pentecostés; en 1824 se le puso el nombre de Barragantitlán y al concluirse los trabajos del ferrocarril o sea, el tramo de Salina Cruz a ese lugar, se le puso Puerto México, para que finalmente predominara su primitivo nombre. Según datos históricos precisamente de allí era doña Marina, la Malinche, aunque también Oluta la reclama. Según una leyenda, allí, en las aguas de Coatzacoalcos, el misterioso personaje Quetzalcóatl se transformó en magna estrella de aurora.
Por su parte, Santiago se enorgullece de haber sido fundada por el mismo Hernán Cortés; más tarde, sin embargo. San Andrés lo superó en importancia.
Una buena parte de nuestro territorio formó parte de las 23 villas que recibió Cortés del Emperador Carlos V, teniendo el conquistador el título de Marqués del Valle de Oaxaca. Otra parte pertenecía al señorío de Coatzacoalcos.
Eclesiásticamente nuestro territorio perteneció primero al obispado de Tlaxcala y después a la Antequera, hoy Oaxaca; pues si bien es cierto que por cédula real del 1534, se erigió el obispado de Coatzacoalcos, dándole como sede la Villa del Espíritu Santo y nombrado como primer obispo a Fray Francisco Jiménez, con límites que a grandes rasgos serían del río Papaloapan al río Grijalva y de mar a mar, de hecho nunca se llevó a cabo.
La atención espiritual era llevada a cabo por párrocos, jueces eclesiásticos y beneficiados, controlados por inspectores episcopales; desde luego, las parroquias debieron haber sido vastísimas, con reducidísimo clero. Entre las más antiguas se encuentran: Santiago, Tesechoacán, San Andrés, Chinameca y Otatitlán; aunque sus centros de culto eran más bien ermitas.
Durante el tiempo de la independencia en nuestra región hubo poca resistencia, la Iglesia por su parte siguió su paso lento.
En los primeros tiempos de la República, nuestra región luchó contra dos sentimientos opuestos: mentalidad de marquesado y aspiraciones y sueños de independencia.
Religiosamente fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando a pesar del poco clero, se construyeron los primeros templos notables como son los de San Diego en Santiago, Santa Rosa en San Andrés y el de Tesechoacán.
A fines de este siglo XIX parte de nuestra región pasó al obispado de Veracruz con sede en Xalapa, parecía que podría ser mejor atendida.
Aunque siempre hubo incansables misioneros en la región, por las distancias, el clima y la falta de comunicaciones seguía siendo difícil la atención espiritual. Así el 23 de junio de 1893 se erigió la diócesis de Tehuantepec, desprendiéndola de la Antequera y anexándole lo que antes se había cedido a la diócesis de Veracruz. La nueva diócesis ocupaba un territorio que era como largo y alto promontorio con dos faldas que descendían suavemente y se incrustaban en el mar.
En 1919 se agregó a esta circunscripción eclesiástica, la región de los Tuxtlas y por mandato del Papa Benedicto XV, se trasladó la sede episcopal a San Andrés por ser considerada más importante, mejor comunicada y con mejor clima que Tehuantepec; sirviendo como Catedral provisional el templo colonial de Santa Rosa que también fungía como parroquia. Desde esta ciudad dirigieron la evangelización como obispos de Tehuantepec: Mons. Ignacio Placencia y Moreira, Mons. Genaro Méndez del Río y Mons. Jesús Villarreal y Fierro.
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