DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
S.I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL
SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ
DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B
8 DE SEPTIEMBRE DE 2024
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Libro del Profeta Isaías 35, 4-7ª: Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán.
Salmo Responsorial. Del Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol Santiago 2, 1-5: Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino.
Aclamación antes del Evangelio. Cfr. Mt 4, 23: Jesús predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Queridos hermanos y queridas hermanas:
En la Primera Lectura el profeta Isaías (Is 35, 4-7a) frente a los graves problemas de su tiempo, tan parecidos a los nuestros como la injusticia, la maldad y la violencia, anuncia con gozo la presencia del Señor: “Digan a los cobardes de corazón: Sean fuertes, no teman. Miren a su Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y los salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. El profeta Isaías conoce lo difícil de los tiempos, el temor ante la inseguridad y el porvenir incierto, pero también pide contemplar a Dios que llega para salvar y liberar de cualquier discapacidad, tanto física como de todo impedimento para vivir la experiencia maravillosa y plena de la salvación.
Hoy San Marcos sitúa la escena del Evangelio (Mc 7, 31-37) en una geografía que podría pasar por un detalle sin importancia: “Jesús dejó el territorio de Tiro y se dirigió de nuevo por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis”. A simple vista, esto no parece relevante. Sin embargo, cobra sentido al percatarnos que Jesús transita por tierra de paganos, de excluidos, de gente considerada por los israelitas como indigna de recibir a Dios, como la hija de la mujer siro fenicia o el hombre sordo y tartamudo. Jesús va por allí haciendo presente la salvación sin prejuicios, evidenciando la genuina inclusión de todos en el proyecto salvador de Dios. La llamada a la salvación derriba barreras que marginan, excluyen y discriminan.
Jesús rompe también otras barreras. “Le llevaron a un hombre que era sordo y apenas podía hablar”. Se trata de una persona marginada por la sociedad, por su discapacidad. La curación significa recuperación de sus facultades físicas, pero también reintegración a la sociedad y oportunidad para escuchar la Palabra y proclamar las alabanzas a Dios. La integración al proyecto salvador de Dios ofrece la oportunidad de experimentar su poder que sana y libera de toda exclusión. Es también ocasión para proclamar a Jesús como Salvador. A pesar de que se le exige secreto, el hombre proclama lo sucedido. El evangelista San Marcos usa el término kerysso, de donde viene kérygma o kerigma). El “mudo” se convierte en “anunciador” con sentido salvífico.
Sin embargo, a Dios no le toca hacerlo todo mientras nosotros quedamos pasivos. Su presencia salvadora nos lleva al encuentro fraterno y a generar relaciones de esta índole entre nosotros. El Apóstol Santiago (Stgo 2, 1-5), como hemos escuchado en la Segunda Lectura, recuerda que Cristo ha venido a destruir toda discriminación de razas, clase social y color. Estas distinciones van en detrimento de la dignidad de la persona y constituyen una gran incongruencia con la fe cristiana auténtica.
El Dios de Israel y su Mesías han venido a liberarnos de toda sordera y mudez. Su amor liberador incluye a todos, empezando por los más débiles. La escena de hoy es muy elocuente. Jesús no se queda en la lejanía o indiferencia ante el dolor humano. Se acerca al enfermo, busca el encuentro, toca oídos y lengua y grita al enfermo: “¡Effetá!”, es decir, “ábrete”. Los gestos expresan la proximidad y compasión de Jesús con el que sufre. Abrir los oídos y la boca significa romper corazas de silencio que se interponen entre las personas, ahogan el encuentro, hacen dolorosa la relación, marginan, excluyen y generan discriminación…
Somos sordos cuando cerramos los oídos para no percibir las voces de los hermanos necesitados que claman ayuda; somos ciegos cuando cerramos los ojos ante la injusticia y la maldad y cuando no miramos la creación de Dios que ya no soporta más depredación y destrucción. El Señor viene a abrir nuestros ojos y oídos para que veamos las necesidades y escuchemos los gritos que piden justicia y exigen compasión. Somos mudos cuando preferimos el silencio esquivo, mientras que una palabra puede romper hielos, suscitar soluciones y generar armonía.
Vivimos la paradoja del mundo impregnado de ruidos ensordecedores que contaminan, formando una densa y tóxica nube que impide la relación humana fraterna y sumerge en el silencio, el aislamiento y la soledad y genera una gruesa capa del hielo de indiferencia y apatía deshumanizante. No podemos vivir enfermos. Necesitamos que Jesús abra nuestros oídos y nuestros labios, para que aprendamos a escucharlo y escuchar a los demás y para que, como el enfermo sanado, seamos también proclamadores del kerygma, del anuncio de la salvación. Sólo así podremos ser Iglesia sinodal en misión.
Queridos hermanos y queridas hermanas: Lo primero que necesitamos es saber escuchar a Dios y a su Espíritu Santo. La escucha de su Palabra y el diálogo con Él nos hacen capaces de escuchar a los demás y establecer relaciones realmente fraternas con todos, sin exclusión o discriminación alguna. Jesús grita hoy también para nosotros su potente “¡effetá!”, palabra “clave”, que el evangelista San Marcos ha querido conservar en la lengua materna del Señor. Esa “palabra clave o llave” que abre el corazón a Dios, a los demás y a la creación entera. Es la palabra que rompe silencios cobardes y mezquinos y abre espacio al lenguaje del amor, del perdón, de la reconciliación y de la unidad. En este Año Eucarístico en nuestra Diócesis de San Andrés Tuxtla que la palabra ¡effetá!, ¡ábrete! que Jesucristo nos dirige para que abramos nuestros oídos a su Palabra y abramos nuestros labios a su Eucaristía para que también el ¡effetá!, el ¡ábrete!, sea parte de nuestro lenguaje diario que dirijamos a nuestros prójimos y seamos colaboradores de la salvación que Dios nos ofrece por medio de su Hijo Amado en el que tenemos y acontece el culmen del encuentro con Dios y con los hermanos. Que hoy y siempre así sea.
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