DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
S.I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL
SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA CICLO B
18 DE FEBRERO DE 2024
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Libro del Génesis 9, 8-15: Pondré mi arco iris en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra.
Salmo Responsorial. Del Salmo 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9: R. Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura. De la Primera Carta del Apóstol San Pedro 3, 18-22: El agua del diluvio es un símbolo del bautismo, que los salva.
Aclamación antes del Evangelio. Mt 4, 4: R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Marcos 1, 12-15: Fue tentado por Satanás y los ángeles le servían.
Queridos hermanos y queridas hermanas:
El miércoles pasado iniciamos la Cuaresma, tiempo de preparación, con espíritu de penitencia, oración y sobre todo con la práctica de la caridad, para llegar purificados a celebrar la Pascua de Cristo. La Cuaresma no es fin en sí misma, sino camino. No es objetivo, sino medio. El Papa Francisco ha advertido que “hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (Evangelii gaudium 6), pero también recordamos que para celebrar con gozo la Pascua de Cristo muerto y resucitado, es preciso acompañarlo en su camino de cruz. Hoy nos saluda el Primer Domingo de la Cuaresma de este año 2024. Y lo hace con el final del diluvio y con el desierto. Porque todos los años el Primer Domingo de Cuaresma nos vamos al desierto con Jesús, a verle superar las tentaciones.
La Cuaresma es un tiempo de gracia en el que la Iglesia, como Israel, atraviesa el desierto para alcanzar la tierra prometida. Vencidas las tentaciones, mediante la oración, la penitencia y la caridad, podremos llegar purificados a las fiestas pascuales. El tiempo cuaresmal nos enseña cómo vencer el mal y a prepararnos para la Pascua eterna.
La Palabra de Dios habla de tentación y conversión, pero también, de la Buena Noticia y del Bautismo. En la Primera Lectura el Libro del Génesis (Gn 9, 8-15) refiere la promesa y alianza de Dios después del diluvio. El amor de Dios a la humanidad es eterno. Al final del diluvio, se presenta el nuevo mundo, con la garantía de que Dios no volverá a destruirlo. La familia, la naturaleza, todo adquiere un nuevo color, a la luz del amor de Dios. A pesar de las dificultades. A pesar de que no todo va como debería. Dios es fiel, guarda siempre su alianza.
En la Segunda Lectura la Primera Carta de San Pedro (1 Pe 3, 18-22) recuerda los días de Noé, cuando el diluvio fue una figura y anuncio del bautismo. El Evangelio de San Marcos (Mc 1, 12-15) de modo muy breve hace referencia a las tentaciones del Señor, pero también a la conversión y al anuncio de la Buena Nueva de Jesús. El desierto es el lugar de discernimiento, formación y maduración. En el silencio, podemos pensar en lo que Dios quiere para cada uno. Fue en el desierto donde el pueblo de Dios tomó conciencia de que eran los elegidos por el Señor. Cuarenta años de éxodo, de pruebas, de luchas y problemas, para salir fortalecidos y unidos.
El Espíritu que vino sobre Jesús en el bautismo es quien lo impulsa al desierto, en preparación para su ministerio. Este escenario inhóspito representa la situación de prueba, pero también la oportunidad de salir fortalecido. Aunque la experiencia es difícil, ayuda a templar la fe y la fidelidad. El pueblo de Israel en el desierto fue puesto a prueba por Dios y sucumbió; Jesús, en cambio sale victorioso, nos da ejemplo y nos enseña a vencer la tentación y cómo salir fortalecidos. Como preparación para su ministerio Jesús, en el desierto combate contra las fuerzas del mal que son opositoras a la misión que el Padre le ha confiado. También para nosotros la Cuaresma es tiempo importante de preparación espiritual para nuestra misión como discípulos continuadores de esa misma misión. Necesitamos fortalecernos para vencer las fuerzas del mal que tienen expresiones en la violencia, el crimen, la mentira, y en toda clase de males que degradan la dignidad de las personas y destruyen la armonía de las relaciones humanas.
Tenemos medios para combatir el mal como la caridad con el prójimo, la penitencia y la oración. La oración genuina repercute en el trato con los demás. La penitencia no se reduce a la sola mortificación, sino que se ejercita en la generosidad y oblación para el bien del prójimo, por eso el ayuno alcanza su sentido genuino cuando con las privaciones ayudamos a los necesitados. El mal se combate y se vence mediante el amor y la comunión, con Dios y con el prójimo.
Jesús dócil al Espíritu se encamina al lugar de la tentación, para prepararse a cumplir su misión mesiánica y en fidelidad absoluta a su Padre celestial. San Marcos dice que Jesús estaba con las fieras, es decir, en medio de peligros y amenazas, pero también bajo la protección de su Padre, simbolizada en los ángeles que le servían.
Vencidas las tentaciones, Jesús empieza a predicar el Evangelio, que exige fe y conversión: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. Aceptar este mensaje de la salvación conlleva un cambio de mente y corazón para reconocer a Dios, como único Señor y soberano. Mientras su reinado no sea realidad en nuestra vida y en nuestra historia, el mal seguirá presente en el mundo, la sangre derramada por despreciables guerras y violencia estará empapando la tierra, ese mal seguirá expandiéndose como cáncer con muchas formas de metástasis en nuestra sociedad. Es necesario convertirnos y creer en el Evangelio para que se realice la salvación que Dios quiere en el mundo, por medio de su Hijo.
Aunque nosotros ya hemos sido bautizados, como nos recuerda san Pedro, necesitamos vivir nuestra fe en actitud de constante conversión. A pesar de que le hemos pedido “vivir con una buena conciencia ante Dios”, nuestra vida nunca está totalmente orientada a Él si seguimos permitiendo que el mal domine nuestro corazón. Necesitamos la conversión que consiste en asumir con decisión su Reino de justicia, de verdad, de santidad, de vida y amor y ser testigos de su Evangelio en un mundo que se empeña en rechazarlo.
Queridos hermanos y queridas hermanas: Aceptemos en cada uno de nosotros la soberanía absoluta de Dios, el único que puede colmar las aspiraciones más profundas de nuestro corazón. Escuchemos la llamada de Jesús a “arrepentirnos y creer en el Evangelio”. Desde pequeñitos, la mayoría de nosotros sabemos en qué se concreta la llamada de la Iglesia durante la Cuaresma: en la puesta en práctica de la limosna, la oración y la penitencia. Tres lados de un mismo triángulo, que se apoyan el uno en los otros. Orar, sobre todo con la Palabra de Dios. Darle a esa Palabra cada día un tiempo noble, digno, para meditarla. Las lecturas de la Misa de cada día, o la Biblia, por ejemplo, leyendo el Evangelio de Marcos, el de este Ciclo B, llenarnos de su mensaje y orar con esas palabras de vida. Así aprendemos también a creer en la Buena Noticia. Hacer penitencia, que se refleja en el ayuno. Para el hombre moderno, quizá no sea sólo privarse de algún alimento. Si no nos obliga el colesterol, puede que lo haga el deseo de adelgazar o las modas, o simplemente el deseo de vernos mejor. Para el cristiano del siglo XXI, puede ser bueno ayunar un poco del televisor, del teléfono, de las redes sociales, de alguna compra innecesaria. Puede que sea interesante revisar algunos afectos desordenados, que nos esclavizan y trabajar sobre ellos. En cuanto a la limosna, es bueno pensar a quién puedo ayudar con lo que me he ahorrado de comida o de compras. Y pensar en qué puedo usar ese tiempo que he ahorrado al ver menos el televisor o perder menos tiempo con el teléfono. Ese dinero y ese tiempo se pueden consagrar a los que están muy necesitados de pan o de cercanía. Y, si las fuerzas no nos dan para visitar a los enfermos, al menos tenerlos presentes en nuestras oraciones o dedicar nuestra adoración del Santísimo Sacramento por los que sufren por diferentes circunstancias. De esta manera, el triángulo oración, ayuno y limosna estará completo, e iremos dando pasos en la buena dirección durante este Tiempo Cuaresmal. Iniciemos, pues, con empeño nuestro camino hacia la luz pascual, a fin de recibir con gozo la gracia de Dios que quiere transformarnos “por la resurrección de Cristo Jesús”. Pidamos esto a Dios por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, San José y San Andrés Apóstol. Que la Palabra de Dios y la Eucaristía nos nutran y fortalezcan en este camino cuaresmal. Así sea.
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