DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
PARROQUIA DE SAN ANDRÉS APÓSTOL Y
SANTUARIO DEL SANTO CRISTO NEGRO DE OTATITLÁN
SOLEMNIDAD DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
PEREGRINACIÓN DIOCESANA
14
DE SEPTIEMBRE DE 2024
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Libro de los Números 21, 4b-9: Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado.
Salmo Responsorial. Sal 14,1.2-3.4: R. No olvidemos las hazañas del Señor.
Segunda Lectura. De la Carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6-11: Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas.
Aclamación antes del Evangelio. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Juan 3, 13-17: El Hijo del hombre tiene que ser levantado.
• Hermanos Sacerdotes, Diáconos Permanentes y Seminaristas:
• Religiosos y Religiosas:
• Fieles laicos de esta Comunidad Parroquial de San Andrés Apóstol y Santuario del Santo Cristo Negro de Otatitlán y de otras Comunidades Parroquiales de nuestra Diócesis de San Andrés Tuxtla y de otras Diócesis:
• Fieles que nos acompañan a través de diferentes plataformas digitales:
• Queridos hermanos y queridas hermanas participantes en la Peregrinación Diocesana a este Santuario del Santo Cristo Negro de Otatitlán:
El Libro de los Números relata que el pueblo de Israel se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés, diciendo: “¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable comida”.
Esta situación de impaciencia y rebelión contra Dios y contra Moisés lo manifestó el pueblo de Israel concretamente en el Mar de las Cañas, es decir, en el Golfo de Acabá. El pueblo de Israel estaba cansado de tanto peregrinar por el desierto. De tanto caminar buscando llegar a la Tierra prometida y le molesta no tener otra cosa que comer que un "pan sin cuerpo", es decir, el famoso maná. Los israelitas añoran el pescado y las cebollas de Egipto y desconfían maliciosamente contra Dios y Moisés. Se repiten las quejas de otras ocasiones y la misma desconfianza (cfr. Núm 20, 2ss; 14, 1ss; 11, 4ss). Este pueblo terco piensa que la libertad del desierto no es otra cosa que la libertad para morirse de hambre, y que hubiera sido mejor quedarse en la esclavitud de Egipto.
“Entonces envió Dios contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas”. Dios envió contra el pueblo de Israel serpientes venenosas. Según se dice en Dt 8, 15, debió tratarse de una especie de serpientes muy peligrosas, que constituían una plaga del desierto La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto, de miedo. La serpiente es un animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Se está tentado de atribuirlo a una potencia maléfica, casi mágica.
Los hebreos, en el desierto no ignoraban que habían "hablado contra" Dios. Sabiéndose pecadores, interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían. Es cuando “el pueblo acudió a Moisés y le dijo: “Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Ruega al Señor que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rogó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: “Haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo; y si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado”.
A lo largo de toda la Biblia, vemos que el desierto es el lugar de la tentación y de las pruebas. El pueblo de Israel reconoce que ha pecado contra Dios y contra Moisés. Y suplica a éste que intercede ante Dios para que aparte de ellos las serpientes. Moisés intercedió por el pueblo. Con frecuencia se nos presenta a Moisés en oración. Moisés hace oración, pero no por sí mismo, sino por su pueblo. Hay que mencionar que en los tiempos del rey Ezequías, que gobernó hacia el 716 y el 687 a. C., se conservaba una imagen de la "serpiente de bronce" (o Nejustán), atribuida a Moisés, a la que se le tributaba culto idolátrico (2 Re 18, 4), por cuya razón fue destruida, lo mismo que todos los ídolos, en la reforma del rey Ezequías. Si la desobediencia a Dios lleva a la muerte, la obediencia a Dios conduce a la salvación y a la vida. Lo que mata en definitiva no es la serpiente "saraf", que así se llamaba aquella especie peligrosa, sino la desobediencia a Dios; de la misma manera sólo puede dar vida la aceptación de la voluntad de Dios, simbolizada en este caso por la serpiente de bronce.
El Papa Francisco al reflexionar sobre “el cansancio” del pueblo de Israel tras el éxodo de Egipto, y nos advierte que, al igual que los israelitas, en ocasiones los cristianos “preferimos el fracaso” porque nos “permite refugiarnos en el lamento y la insatisfacción”, y este es “el campo perfecto para la siembra del diablo”. Como se lee en el Libro de los Números, “el pueblo de Dios no soportó la peregrinación hacia la tierra prometida” a través del desierto. Entonces rápidamente desapareció el entusiasmo y la esperanza de la huida de Egipto, donde eran tratados como esclavos. En los israelitas, continúa diciendo el Papa Francisco; “el espíritu de cansancio les quitó la esperanza. El cansancio es selectivo: siempre nos hace ver lo malo del momento que estamos viviendo y olvidar las cosas buenas que hemos recibido”. Cuando nos encontramos en la desolación, no soportamos el caminar por este mundo buscando la tierra prometida que es el Cielo y buscamos refugio en los ídolos o en la murmuración. “Ese espíritu de cansancio también nos lleva a nosotros los cristianos, a un modo de vivir insatisfecho: el espíritu de la insatisfacción. Nada nos gusta, todo está mal”. Hay que tener cuidado pues “el miedo a la esperanza”, “el miedo a que nos falta el Señor en nuestra vida” lleva a ceder al fracaso, y esa “es la vida de muchos cristianos”. Viven lamentándose, viven criticando, viven en la murmuración, viven insatisfechos. Dice la Biblia que el pueblo de Israel “no soportó el viaje”. Y al igual que los israelitas, el Papa Francisco asegura que “nosotros los cristianos muchas veces tampoco soportamos el viaje. Y preferimos agarrarnos a la derrota, es decir, a la desolación. Y la desolación es la serpiente, la vieja serpiente, la del Paraíso terrestre. Es un símbolo: la misma serpiente que sedujo a Eva es la misma serpiente que tenemos dentro, que habita en la desolación”. Concluye el Papa Francisco su reflexión diciendo: Que “el Señor nos libere de esta enfermedad”.
El Evangelio de San Juan (Jn 3, 13-17) ve en la serpiente de bronce una imagen profética de Jesús colgado en el madero. Los que miran con fe y vuelven sus ojos confiadamente a la señal que ha querido alzar Dios en medio de su pueblo, se salvan. Este es el punto de comparación de la cruz con la serpiente de bronce. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a todos los cristianos, incluyendo a los cristianos más generosos y más entregados. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios de lo que nos sucede. Pensemos, por ejemplo, en la gran cantidad de nuestros contemporáneos que están lejos de Dios y hay que rogar por ellos para que alivie la carga que pesa sobre ellos. Pero también hay que hacer oración al Señor por nosotros, para que nos ayude a ser conscientes de nuestros pecados. Que veamos claro y que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento. Que tampoco dejemos de ampliar nuestra oración más allá de nuestros intereses personales. El mundo espera intercesores. En el mundo hay personas que hacen oración por otras personas y que salvan. ¿Somos de esas personas?
El mal se oculta, porque mal y tinieblas se hermanan bien. Por eso suele suceder que la primera victoria sobre el mal es sacarlo a luz, sea mediante la denuncia de su perversidad, o ya sea mediante la obra misma de abrir otros caminos, pues el mal gusta de presentarse como algo "inevitable". Algo así fue lo que sucedió en el relato que nos trae la Primera Lectura de hoy con el texto del Libro de los Números (Núm 21, 4b-9). Si hay un animal astuto es la serpiente. Su modo de esconderse es su gran fuerza al momento de atacar. Pues bien, la serpiente de bronce, indefensa y exhibida en derrota, es la imagen misma del mal desenmascarado, denunciado y maniatado. Es interesante aplicar este principio a nuestra vida. Los males ocultos corresponden a varias cosas. Por ejemplo: las mentiras que nos gusta creer. Pensamos que somos buenos, pero despreciamos que se nos exija serlo. Simplemente queremos creer que sí somos buenos, sin examen de conciencia, sin confrontación y sin exigencia. Como un modo de acariciarnos en secreto. De pronto llega esa confrontación. Alguien nos pide algo que nos cuesta. Nos sentimos "incómodos". ¿Por qué? Porque una verdad está a punto de revelarse: no éramos lo que parecíamos ser. Otros males reposan en una penumbra que el Psicoanálisis llama el "inconsciente". Muchos recuerdos terribles y heridas espantosas están sepultados bajo la presión de "mecanismos de defensa" con los que nos sentimos aliviados, aunque sólo sea falsamente aliviados. Una buena terapia psicológica y espiritual, va sacando a luz mucho de esa basura que tenemos guardada en nuestro inconsciente, con lo que ciertamente alcanzamos libertad. El mal desenmascarado pierde poder.
Queridos hermanos y queridas hermanas: Cuando miramos el crucifijo, pensamos en el Señor que sufre: todo eso es verdad. Pero nos detenemos antes de llegar al centro de esa verdad: en este momento. El Señor Jesús parece ser el mayor pecador, pues se hizo pecado. Debemos acostumbrarnos a mirar al crucificado en esta luz, que es la más verdadera, la luz de la redención. En Jesús hecho pecado vemos la derrota total de Cristo. No simula morir, no finge no sufrir, solo, abandonado. "Padre, ¿por qué me has abandonado?" (Cf Mt 27,46; Mc 15,34). Esto no es fácil de entender y, si pretendemos explicarlo, nunca llegaremos a una conclusión. Sólo contemplar el crucifico, rezar y agradecer. (Papa Francisco, Homilía de la Misa en Santa Marta, 31 de marzo de 2020).
Lo que les pasó a los israelitas en su paso por el desierto, hasta llegar a la Tierra prometida, es todo un símbolo de lo que nos acontece a cualquier cristiano de cualquier época. Los cristianos hemos prometido a Jesús seguirle hasta el final, en la travesía por esta tierra antes de llegar al nuevo Cielo prometido. En esta travesía, tenemos momentos de euforia y momentos donde la tensión y el ánimo se nos vienen al suelo, sabemos de alegrías y de dolores, y también nos acecha la duda de si el Señor se habrá olvidado de nosotros y nos ha dejado solos. Ante las quejas del cansado pueblo de Israel, y sus palabras contra Dios y contra Moisés, Dios, en primer lugar, se enoja, pero ante el arrepentimiento de su pueblo viene en su ayuda a través de la serpiente salvadora, clavada en un estandarte. Jesús, a sus seguidores de buena voluntad de cualquier tiempo, siempre está dispuesto a echarnos una mano, desde lo alto de la cruz. Continuamente tenemos que mirar a Jesús clavado en lo alto del madero, como los israelitas miraban a la serpiente.
El Señor ahora nos recuerda lo que sucedió simbólicamente entre los padres: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto”, dice, “así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo el que crea (en él) pueda tener vida eterna» (Jn 3,14). El Señor le encargó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la levantara sobre un palo en el desierto, y que cualquiera que fuera mordido por una serpiente debía ir al que estaba en el madero elevado. Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Jesús crucificado y resucitado es salvación y a la vez condenación. Salvación para el que cree, condenación para el que no cree. Creer y aceptar la cruz de cada día, nos da la oportunidad de experimentar la plenitud de vivir para Cristo. Y si pecamos, que recordemos que tenemos un abogado e intercesor ante el Padre: es Jesucristo el justo. Acerquémonos a Cristo arrepentidos de nuestros pecados, que creamos en Él y conozcamos la verdad que nos hace libres.
Hoy 14 de septiembre los cristianos celebramos la Solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz. Hoy es un día para reflexionar sobre la muerte de Cristo en la Cruz, a la que se nos invita a unirnos para resucitar con Él. El origen histórico de esta Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nos remonta hacia el año 320 cuando la emperatriz Elena de Constantinopla, madre del emperador Constantino, encontró la Vera Cruz, es decir, la Cruz en que murió Jesucristo. La Exaltación de la Santa Cruz nos invita a la acción de gracias y a la adoración: por el madero de la Cruz nos vino la salvación; en ella ha muerto, por nosotros, el Hijo de Dios, misterio de salvación que lo acogernos en la fe postrados en humilde adoración. La cruz es el signo de la victoria del amor y de la gracia, porque en ella Cristo derrotó a los poderes de este mundo, el pecado y la muerte. La cruz nos identifica como cristianos, porque nos introduce en el destino sacrificial del Maestro. Por la muerte de Cristo en ella, la cruz, de instrumento de tortura y maldición, ha pasado a ser el símbolo de la redención. Ella nos abraza cuando nos signamos a lo largo de la vida, desde el mismo umbral del bautismo hasta el momento de cerrarnos los ojos al concluir nuestra peregrinación por este mundo. La cruz corona nuestros montes como señal que invita a elevar más arriba la mirada; está en los caminos a modo de brújula celeste que nos orienta en las encrucijadas de la vida; preside nuestras iglesias como memoria perpetua de la obra de la redención que en ellas conmemoramos. La cruz no es un amuleto o un bello adorno para orejas, nariz o cuello; la cruz es el símbolo más serio, más entrañable, más exigente y comprometedor, porque es el signo de la vida alcanzada al precio de la muerte. A los cristianos nos corresponde mostrar en todo tiempo y lugar la veneración y estima por este signo santo.
Hoy, en el marco del Año Eucarístico, realizamos con alegría y gratitud la Peregrinación Diocesana Anual a esta Parroquia de San Andrés Apóstol y Santuario del Santo Cristo Negro de Otatitlán para contemplar esta venerada imagen del Cristo Negro y expresar con fe y devoción: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador”. Con motivo de esta Peregrinación Diocesana les invito a no perder de vista que somos un pueblo peregrino en camino de esperanza, porque buscamos el rostro del Señor, anhelamos la comunión con Cristo buscando la conversión personal y, en comunión con todos, en sinodalidad, podamos disfrutar la vida eterna. Que Dios nos ayude a aprovechar con verdadera alegría y agradecimiento la salvación que viene a traernos el Señor Jesús y gozar de la vida plena que nos ofrece. Que Cristo esté en nuestros corazones y se demuestre con nuestras palabras y nuestras obras. Esto le pedimos a Dios por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, San José y San Andrés Apóstol. Que así sea.
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