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Que todo fiel creyente, sea consciente de la presencia divina y total de nuestro Señor Jesucristo en la Santa Eucaristía. Reflexión Dominical. Mons. José Luis Canto Sosa

DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA

S.I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL

SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ


DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

11 DE AGOSTO DE 2024


HOMILÍA

MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA


Primera Lectura. Del Primer Libro de los Reyes 19, 4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte del Señor.

Salmo Responsorial. Del Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.

Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 4, 30–5, 2: Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros.

Aclamación antes del Evangelio. Jn 6, 51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre.

Evangelio. Del Santo Evangelio según San Juan 6,41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.


Queridos hermanos y queridas hermanas:



Una de las necesidades básicas de los seres vivos, por lo tanto, también de los humanos es la alimentación. Nadie puede pasar mucho tiempo sin nutrirse. Comemos y bebemos para obtener las energías necesarias y poder vivir. De lo contrario nos debilitamos y corremos el riesgo de morir.


En la Primera Lectura (1 Re 19, 4-8) se dan a conocer las palabras del Profeta Elías que estaba fatigado y agobiado por el cansancio físico, pero también por el desgaste generado por la cruel persecución del rey Ajab y su perversa esposa Jezabel, a quienes, con sus falsos profetas de Baal, había desafiado y puesto en ridículo en el Monte Carmelo (viña o jardín): Basta ya, Señor. Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres” (1 Re 19, 4). Esta terrible persecución llevó a Elías a una fatiga y hastío tales, que siente que no puede más.



La experiencia de Elías es el grito de tantas personas cansadas y agobiadas. Es el grito del que quiere ser fiel a Dios, pero se encuentra en lucha continua. Seguir el camino del Señor es difícil y exigente. Como Elías, muchas veces nos quejamos del cansancio y las dificultades. “Levántate y come, porque aún te queda un largo camino” (1 Re 19, 5), son en cambio las palabras que escucha Elías. Con ese alimento que Dios le otorga, Elías recobra las fuerzas, se anima y puede continuar su rudo camino, hasta llegar a la montaña santa, al Monte Horeb (o Monte Sinaí). Desaparece el miedo y la fatiga. Aunque sigue la rudeza del camino, lo afronta con otra actitud.


Sin embargo, la Palabra de Dios no se refiere sólo al alimento material, sino al pan vivo que ha bajado del cielo”, que escandalizó a los judíos y provocó su murmuración. El pan tenía, de suyo, un gran significado en aquella cultura oriental, como signo de encuentro y fraternidad. Pero Jesús va más allá, y al llamarse “pan bajado del cielo” causó escándalo a los judíos que eran capaces de ver sólo la realidad humana. Lo conocen desde niño, conocen a sus padres y a su familia, pero no se dan cuenta de que Jesús está revelando algo grandioso y sobrenatural, algo capaz de saciar las necesidades más importantes y profundas del ser humano.


La revelación de Jesús como “pan de la vida” reclama la fe de la gente que se resiste a creer. Las críticas de entonces se repiten ahora, de una u otra forma, en los que desprecian las palabras de Jesús o argumentan que no aportan soluciones prácticas a los problemas de alimentación en el mundo. Pero él sigue afirmando con seguridad: “Yo soy pan de vida”. Esto significa que quienes creemos en Jesús y lo seguimos empezamos a poseer ya vida eterna. Su Palabra, su enseñanza, su testimonio de amor y oblación y sus Sacramentos, especialmente la Eucaristía, son ese alimento superior, que, sin despreciar el alimento material, lo supera y da plenitud.



Por una parte, la humanidad de Jesús nos lleva a descubrir y a valorar las necesidades concretas e históricas de las personas, de modo que no puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias de la pobreza y la miseria. Pero también, por otra parte, sabemos que la felicidad y la vida plenamente digna no consisten en poseer bienes materiales, incapaces de satisfacer nuestros deseos de eternidad, sino en creer y vivir en comunión con Dios, a través de su Hijo amado. Por tanto, se trata de alimentar la vida humana en su sentido integral. El Evangelio nos hace descubrir la necesidad de asumir la dimensión corpórea humana, con sus múltiples necesidades, como el comer, pero también nos llama a trascenderla, con la perspectiva de una dimensión espiritual más plena.


La fe auténtica en Jesús significa asumir su propuesta de vida digna, en su sentido total e integral. Creer en él es asumirlo como pan que se parte y comparte y creer que puede saciar integralmente toda hambre y toda sed de la humanidad. De este modo, ser discípulo de Jesús es creer que, hecho un trozo de pan, se convierte en banquete de todos, incluyendo a pobres y mendigos. El escándalo de los judíos ocurre por el malentendido “canibalesco” de comer la carne y, peor aún, de beber la sangre de un hombre, pero también porque el propio Jesús demuestra que, al compartir, se puede saciar el hambre de todos, porque amando se puede construir un mundo solidario y fraterno que abre paso a la comunión plena con Dios, por medio de su Hijo, ofrenda de vida eterna.


Por tanto, el escándalo del pan, provocado por Jesús, tiene que ver con la incoherencia de quienes creen tener derecho a comulgarlo en su Palabra y Eucaristía, pero mezquinamente se niegan a compartir su pan con el necesitado; es escándalo porque recrimina incongruencia de los oídos sordos ante la miseria y ante el grito de las víctimas de sistemas injustos de cualquier ideología, pero pretendiendo alimentarse con el “Pan de la vida”, con una actitud “espiritualista”, incorpórea, abstracta y desencarnada. Comer el “pan de la vida” nos tiene que llevar a ser como el que “nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor” (Ef 5, 2).



Queridos hermanos y queridas hermanas Jesús nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (Jn 6, 51). Una de las intenciones del Año Eucarístico en nuestra Diócesis de San Andrés Tuxtla es que todo fiel creyente, sea consciente de la presencia divina y total de nuestro Señor Jesucristo en la Santa Eucaristía, que logre así comprender la necesidad de preparar el corazón, el alma, la mente y el cuerpo para recibir el Cristo Vivo en el Pan Eucarístico. Esta preparación es con la Palabra de Dios, la Oración y la Comunión con la Iglesia lo cual le permitirá ser tierra fértil y dar fruto en abundancia. Jesús nos invita a creer en él y a seguirlo, a tenerlo como alimento en el camino, pues surge la fatiga, y para tener fuerzas Jesús nos invita a comulgarlo en su Palabra y Sacramentos, especialmente en la Eucaristía, pero también en su testimonio de amor. Compartir el pan con los demás es comprometernos a trabajar por un mundo más justo y humano, que nos pueda llevar al pleno y divino. Esto significa compartir ya el banquete del Reino aquí ahora, para aspirar a compartirlo con toda su plenitud, cuando vivamos para siempre, en la eternidad. Que por la intercesión de Nuestra Señora del Carmen, San José, San Andrés Apóstol y Santa Clara de Asís nos mantengamos fieles a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Que así sea.


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