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PALABRAS DE DESPEDIDA. REFLEXIÓN EVANGÉLICA DOMINGO 25 DE MAYO.

DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA

S. I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL

SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ

DOMINGO VI DEL TIEMPO PASCUAL CICLO C

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

25 DE MAYO DE 2025

7 P. M.

HOMILÍA

+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA

Primera Lectura. Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29: El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las necesarias.

Salmo Responsorial. Del Salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.

Segunda Lectura. Del Libro del Apocalipsis del Apóstol San Juan 21, 10-14. 22-23: Un ángel me mostró la ciudad santa, que descendía del cielo.

Aclamación antes del Evangelio. Jn 14, 23: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él.

Evangelio. Del santo Evangelio según san Juan 14, 23-29: El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho.

Queridos hermanos y queridas hermanas:

Se aprecia muy bien en las Lecturas de hoy Domingo VI del Tiempo Pascual que el Espíritu Santo que habita la Iglesia es el fruto final de la Pascua. El Espíritu Santo aparece en la Primera Lectura guiando a la comunidad cristiana, inspirando el discerni¬miento y la decisión sobre cuestiones que dividían a los conver¬tidos. En la Segunda Lectura una parte de la revelación que recibe el Apóstol Juan sobre la presencia de Dios en la Iglesia, es por el Espíritu Santo. La luz de la nueva Jerusalén es el mismo Señor. Nosotros estamos lla¬ma¬dos a participar de esa luz a través del Espíritu Santo que recibimos y a compartirla con los demás. Y el Evangelio de San Juan nos hace ver que quien ama a Jesús cumplirá sus palabras. Esa será la condi¬ción para que el Padre envíe al Espíritu Santo en el nombre de Jesucristo y pueda venir y hacer morada en quienes guardan sus palabras. Dos consecuencias de hacernos morada de Dios son: el Espíritu nos enseñará y nos re¬cor¬dará todo lo que Jesús nos ha dicho; y la paz de Jesús nos ayudará a superar toda inquietud y cobardía. El Evangelio de San Juan nos da a conocer que el amor fraterno es la señal por la que se reconocerá que somos discípulos de Jesús. Pero hay un rasgo distintivo más en la vivencia del amor: “El que me ama, cumplirá mi palabra” (Jn 14, 23). La encarnación de Jesús puso las bases del Reino de Dios. Él manifestó su novedad con gestos, con acciones concretas y también con sus palabras; él mismo es la Palabra de Dios hecha carne. Hay una relación muy estrecha entre las tres manifestaciones. Quien ama a Jesús debe guardar sus palabras y debe también examinar detenidamente sus comporta¬mientos; se completan y se explican mutuamente. La relación más cercana entre palabra y acción se dio con la resurrección. Desde que Jesucristo resucitó nadie puede entrar en el Reino si no es por medio de Él. Y nada ni nadie puede impedir definitivamente que llegue a su plenitud el Reino de Dios. Jesús es realista. Ve a sus discípulos tristes y acobardados. Viven las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? Entonces les infunde ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.

El primer deseo de Jesús es que no se olvide su mensaje, la Buena Noticia de Dios. Si le aman, esto es lo primero que han de cuidar: “El que me ama, cumplirá mi palabra” (Jn 14. 23. ¿Qué hacemos nosotros con el Evangelio de Jesús? ¿Lo cumplimos fielmente o lo manejamos según nuestros intereses? ¿Lo hacemos nuestro en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo reconvertimos con nuestras doctrinas?

El segundo deseo de Jesús va unido al anuncio de que el Padre enviará en su nombre un Defensor. “Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho” (Jn 14, 26). No sentirán su ausencia. El Espíritu Santo los defenderá del riesgo de desviarse de él. Les explicará mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Los educará en su estilo de vida. Los cristianos de hoy, ¿nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?

Y el tercer deseo y don es la paz. “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo”. (Jn 14, 27a). La paz de Jesús es fruto de su unión íntima con el Padre. Nacerá en el corazón de los discípulos si acogen el Espíritu Santo. Es la paz que han de contagiar siempre y nunca perderla. ¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué fracasa una y otra vez el diálogo en búsqueda de la paz? ¿Por qué se vuelve una y otra vez al enfrentamiento y a la agresión mutua? ¿Por qué se ponen tantos obstáculos a la concordia? Una cosa es cierta: No cualquier persona puede sembrar paz, solo quienes poseen paz pueden ponerla en la sociedad. Con el corazón lleno de resentimiento, de intolerancia, de dogmatismo, se puede movilizar a algunos sectores; con actitudes de prepotencia, de hostilidad, de agresión, se puede hacer política y propaganda electoral, pero no se puede aportar verdadera paz a la convivencia de las gentes. Nos falta paz porque nos faltan hombres y mujeres de paz. Quienes la poseen en su corazón la llevan consigo y la difunden. Jesús nos dice: “No pierdan la paz ni se acobarden” (Jn 14, 27b). Mucha gente tiene hambre de Jesús y de su paz. Estamos llamados a ser una Iglesia en salida, caminando juntos, en sinodalidad, hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio, con cristianos que acojan el Espíritu de Dios, no pierdan la paz y la siembren.


Queridos hermanos y queridas hermanas: Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son palabras de despedida que nos acercan a vivir las próximas fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Son palabras que forman parte de un testamento, un tipo de manifestación que humanamente solemos considerar sagrada e inviolable como última voluntad. Son palabras que estamos lejos de vivirlas en plenitud, de cumplirlas. Él nos señala que no podemos pensar siquiera que le amamos si no cumplimos sus palabras. Él mismo nos recomienda que, como sus discípulos que somos, roguemos insistentemente a Dios para que nos conceda su Espíritu y para que éste nos recuerde constantemente sus pala¬bras y nos ayude a comprenderlas y a profundizarlas. Son muchas las situaciones humanas necesitadas de paz verdadera. Si nuestro amor a Jesús es verdadero, será cumpliendo sus palabras como caminaremos hacia la alegría de la paz que él nos da. Amar a Jesús significa hacer como ha hecho Él, no retraerse frente al dolor, a la muerte; amar como Él significa ponerse a los pies de los hermanos, para responder a sus necesidades vitales; amar como Él nos puede llevar lejos, es así como la palabra se convierte en pan cotidiano del cual alimentarse y la vida se convierte en cielo por la presencia del Padre. Si no hay amor, las consecuencias son desastrosas. Las palabras de Jesús se pueden observar, si solamente hay amor en el corazón, de otro modo parecen propuestas absurdas. Aquellas palabras no son de un hombre, nacen del corazón del Padre que propone a todos ser como Él. No se trata de hacer cosas en la vida, por buenas que sean. Es necesario ser hombres, ser imágenes semejantes a Quien no cesa jamás de donarse a Sí mismo. Que esta Eucaristía renueve nuestro deseo del cielo. Pero no como un anhelo lejano, sino como una decisión diaria de vivir con el corazón habitado por Dios. Que sepamos construir ya desde ahora la ciudad santa, en cada gesto de comunión, de humildad, de acogida. Que aprendamos a discernir con el Espíritu como lo hicieron los primeros apóstoles, para no imponer cargas sino para abrir caminos. Y que la intercesión de Nuestra Señora del Carmen, San José y San Andrés Apóstol nos ayude a buscar a Dios en lo esencial y a vivir cada día como si ya estuviéramos en la antesala del cielo. Que así sea.

 
 
 

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