DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
12 de noviembre de 2023
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Libro de la Sabiduría 6, 12-16: Encuentran la sabiduría aquellos que la buscan.
Salmo Responsorial. Del Salmo 62, 2. 3-4, 5-6. 7-8: R. Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura. De la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18: A los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él.
Aclamación antes del Evangelio. Mt 24, 42. 44: R. Aleluya, aleluya. Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre. R. Aleluya.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Mateo 25, 1-13: Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.
Queridos hermanos y queridas hermanas:
Hoy es el Domingo XXXII del T. O. Estamos por llegar al final del año litúrgico, y hace apenas unos días hemos celebrado la Conmemoración de los Fieles Difuntos. En este contexto, la Palabra de Dios al mismo tiempo que nos ilumina acerca de la suerte de los que han dejado este mundo, nos invita a estar preparados para ir también nosotros al encuentro del Señor, tanto en el momento de la muerte, como al final de los tiempos cuando Cristo vuelva y lleve todo a su consumación.
En la Segunda Lectura, que es tomada de la 1 Carta de San Pablo a los Tesalonicenses (1 Tes 4, 13-18) da a conocer que la comunidad de Tesalónica estaba preocupada por lo que pasaría con sus difuntos. Esperaba la inminente venida de Jesús, pensando que era necesario estar vivos para ser llevados con él. Sin embargo, San Pablo se encarga de disipar sus inquietudes. Les explica que la muerte no impedirá ir al encuentro con el Señor, pues cuando venga hará resucitar a los difuntos. Así todos, vivos y muertos, por igual, podremos “estar para siempre con el Señor” (1 Tes 4, 17).
El Apóstol Pablo desea eliminar la tristeza que provocaba a los hermanos de Tesalónica la incertidumbre por la suerte de sus muertos. Les dice: “No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4, 13). Es que para quienes no tienen esperanza, la muerte es un destino fatal y el final de todo. Nada se espera después de morir. Pero para los cristianos es diferente: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él” (1 Tes 4, 14).
Por su parte, el pasaje del Evangelio de San Mateo (Mt 25, 1-13) que hemos proclamado nos enseña cómo actuar para estar con el Señor para siempre. Jesús compara el Reino de los cielos con diez jovencitas que se preparan para participar en una fiesta de bodas. Mientras cinco de ellas eran previsoras, las otras cinco en cambio eran descuidadas.
En tiempos de Jesús era costumbre celebrar las bodas por la noche, de modo que el cortejo solía llevar antorchas encendidas. Las jóvenes previsoras, además de las luminarias llevaron también el aceite (que se les untaba en las antorchas para alimentar el fuego), las descuidadas no llevaron aceite. Como tardaba el esposo, les entró el sueño y se durmieron. A media noche alguien gritó: “¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!” (Mt 25, 6). Entonces las descuidadas pidieron aceite a sus compañeras, pero como no les alcanzaba, debieron ir a comprarlo. En eso llegó el esposo. Las previsoras entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Las descuidadas se quedaron fuera.
La parábola es una exhortación a estar preparados para el encuentro con el Señor. Si lo vamos haciendo así en cada momento de nuestra vida, podremos también estar preparados para el momento de nuestra muerte y también para el último y definitivo. La preparación de las jóvenes no significó sólo estar despiertas (de hecho todas ellas se durmieron), sino que cuando llegó el esposo, las previsoras tuvieron el aceite necesario, mientras las descuidadas no lo tuvieron.
La previsión de la que habla el Evangelio se inscribe en la dinámica cotidiana de la existencia cristiana. Significa mantenerse en actitud de disposición y respuesta pronta y constante a lo que Dios nos va pidiendo en cada momento de nuestra existencia. Es vivir en actitud de verdadera fe y genuina esperanza, ejerciendo auténtica caridad con el prójimo.
Sería imposible pretender esperar al último momento para intentar responder a la gracia divina. La preparación para el encuentro final y definitivo con el Señor y para participar de su banquete eterno requiere del ejercicio diario de la fe genuina, auténtica esperanza y eficaz caridad. Es el esfuerzo constante y decidido, inspirado siempre por el amor a Dios y a nuestro prójimo, como nos ha recordado el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti.
El simbolismo del “aceite” transita por esa comprensión. Por tanto, no es que las jóvenes previsoras hayan sido egoístas con sus compañeras al no darlo a sus compañeras. El “aceite” que mantiene encendida la “antorcha de la preparación” se refiere básicamente a la vida teologal, a las virtudes de fe, esperanza y caridad y demás actitudes cristianas, que se reciben como dones divinos y se asumen y ejercitan personalmente. No se pueden prestar. Cada quien las recibe y es responsable de ejercitarlas.
Estar preparados para el encuentro del Señor es, por tanto, actuar conforme a la voluntad del Padre en todo momento. Pero es preciso aprender a discernirla, mediante la sabiduría que Él mismo otorga. Ella es también don y tarea. La sabiduría es “radiante e incorruptible; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan” (Sab 6, 12) y “a los que son dignos, ella misma sale a buscarlos por los caminos” (Sab 6, 16). Sólo si recibimos la sabiduría de Dios podremos estar realmente preparados para el encuentro con Él.
Queridos hermanos y queridas hermanas: Cristo es “Poder y Sabiduría de Dios” (1 Cor 1,24). Él viene cada día a nosotros, sobre todo en su Palabra y en la Eucaristía, para que lo recibamos vigilantes, con amor y para seguirlo como sus discípulos y misioneros, amando a nuestros prójimos. Que vivamos cada quien su vocación cristiana y su vocación específica en la Iglesia y en los diferentes ambientes. No corramos el riesgo de las jóvenes de la parábola que, por no prever lo necesario, quedaron fuera del banquete de bodas. Más bien, preparémonos bien para participar de la alegría eterna de “estar siempre con el Señor”. Pidamos esto a Dios por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, San José, San Andrés Apóstol y San Luis Obispo. Así sea.
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