DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
PARROQUIA DE SAN JUAN BAUTISTA
Y
SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
CATEMACO, VERACRUZ
LUNES 15 DE JULIO DE 2024
PEREGRINACIÓN DIOCESANA
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Primer Libro de los Reyes 18,41-46: Elías oró y el cielo envió su lluvia.
Salmo Responsorial. Sal 14,1.2-3.4: Atráenos, Virgen María, caminaremos en pos de ti.
Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4,4-7: Dios envió su Hijo, nacido de una mujer
Aclamación antes del Evangelio. Lc 11,28: Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica, dice el Señor.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Juan 19,25-27: Ahí está tu madre.
Sacerdotes y Diáconos Permanentes:
Religiosas:
Seminaristas:
Peregrinos de los Pueblos Originarios:
Peregrinos de las diferentes parroquias:
Fieles que nos acompañan desde sus hogares a través de las diferentes plataformas digitales:
Fieles todos:
Queridos hermanos y queridas hermanas:
En la Primera Lectura se nos da a conocer un texto del Primer Libro de los Reyes (1 Re 18,41-46). Comienzan estos versículos con la invitación a comer y beber que hace Elías a Ajab porque había ayunado como preparación al sacrificio y para conseguir la lluvia. Luego Elías sube a la cima del monte Carmelo, se encorva hacia la tierra y pone su rostro entre las rodillas; su cuerpo facilita la oración. Es un hombre de Dios, un contemplativo que gusta de las alturas y de la soledad. Su postura encorvada sobre la montaña para implorar la lluvia se asemeja al recién nacido en el vientre de su madre. Su oración de intercesión por el pueblo extenuado por la sequía, recibe respuesta de Dios que llega en forma de una pequeña nube como la palma de la mano. Una respuesta que se convierte en lluvia abundante y reparadora para un pueblo al límite de sus fuerzas. La promesa de la lluvia y su cumplimiento es signo de fecundidad. La intercesión de Elías por su pueblo mereció estos beneficios de Dios para con ellos. El mundo actual necesita almas de oración. Pidamos capacidad de discernir los “movimientos de la nube” que guía nuestro camino y reconocer en los signos pequeños y frágiles, la presencia del Señor de la vida y de la esperanza.
El profeta Elías hace oración por la lluvia, tan necesaria para la supervivencia de nuestro planeta, nuestra casa común, en aquel tiempo como ahora. Igual que la oración, tan necesaria para el ser humano en aquel tiempo como ahora. En este sentido nuestras necesidades poco han cambiado. Este pasaje del Primer Libro de los Reyes nos habla de la necesidad de la oración y de la necesidad de lluvia, o más bien, de la necesidad de implicarnos en el cuidado de la creación. En la sociedad actual, donde a menudo nos encontramos inmersos en un ritmo acelerado de vida, la práctica de la oración adquiere una relevancia aún mayor. Así lo vemos ante la cada vez más creciente demanda de meditación en forma de contenidos religiosos digitales, de formaciones orientadas al silencio, o de atención plena a la realidad que nos rodea. Nada nuevo bajo el sol porque el ser humano necesita de Dios.
La lectura del Primer Libro de los Reyes nos anima, como hizo Elías, a acudir a Dios Padre cuando estamos desesperanzados, agobiados o superados por las circunstancias que no podemos manejar. Elías acude a la oración en medio de la desesperanza, y en ella encuentra la paz, encuentra a Dios, y tras su perseverancia, llega la alegría en forma de lluvia. También la lectura del Primer Libro de los Reyes nos habla del cuidado de la creación. En el contexto actual de cambio climático y degradación ambiental, la importancia de la lluvia como un recurso precioso se hace aún más evidente. El calentamiento global y otros factores pueden afectar los patrones de lluvia, provocando sequías prolongadas en algunas regiones e inundaciones devastadoras en otras. Hay que cuidar todo lo que nos rodea y nos permite vivir: la tierra, el aire, el sol, el agua, las plantas, los animales pues tienen en sí mismos su valor, todos nos hablan de Dios, son una caricia de Dios. Nada de lo que podemos ver en la Creación sobra. Por eso es tan importante cuidar de cada ser y por supuesto de cada persona como a preciosos tesoros, que no podemos maltratar, ignorar o descartar. Los más empobrecidos, junto con los excluidos de la sociedad, son los que más sufren las consecuencias de la destrucción de la tierra. Los desastres, las inundaciones, la pérdida de biodiversidad, las sequías, el cambio climático, afectan a las poblaciones más débiles y desprotegidas mucho más que a las demás. La lectura del Primer Libro de los Reyes nos llama entonces a hacernos responsables de la creación de Dios, cuidando y preservando el medio ambiente para las generaciones futuras. Así, la necesidad de lluvia no solo nos llama a la acción en el presente, sino que también nos recuerda nuestra responsabilidad de proteger y preservar el don de la vida en todas sus formas. Orar nos acerca a Dios, y cuidar el planeta, nuestra casa común, para que llueva cuando sea necesario, también.
En el Evangelio de hoy San Juan (Jn 19,25-27) nos pone a los pies de la cruz. El Señor colgado en la cruz, las mujeres que lo acompañan y el mismo evangelista que nos lo cuenta. La escena de las mujeres junto a la cruz rompe con toda esa mentalidad de que la mujer es más débil que el hombre, ya que la fuerza y la capacidad de sufrimiento que poseen las hace capaces de soportar esta situación. Basta acercarse a un sufrimiento, físico o emocional, para confirmarlo. Las mujeres tienen una capacidad mayor para asumir el dolor. Los varones nos apoyamos en esa capacidad para poder enfrentar nuestro propio dolor. En este contexto está la muerte del Señor. Él está a punto de ser ofrecido al Padre en la ofrenda de amor. Él sabe que lo hace por su Padre, pero sabe también que hay una mujer ahí que lo sostiene, que lo acompaña. Ella es María, su madre. Ella, mujer del sufrimiento, hace que su hijo no se sienta solo. Acompaña a su hijo con el amor de madre. Madre que no lo deja solo, que no lo abandona. Así es con nosotros, así Ella no nos abandona. Somos sus hijos en el Hijo. Participamos de su mismo amor ofrecido a Él. Porque desde que fuimos bautizados compartimos la misma maternidad de María para con todos y para con cada uno.
San Ambrosio de Milán, dice respecto al texto que hoy hemos escuchado en el Evangelio: María, Madre del Señor, estaba ante la cruz de su Hijo. Nadie me enseñó esto, sino San Juan Evangelista. Otros describieron el trastorno del mundo en la pasión del Señor; el cielo cubierto de tinieblas, ocultándose el sol y el buen ladrón recibido en el Paraíso, después de su confesión piadosa. San Juan escribió lo que los otros se callaron, de cómo puesto en la cruz llamó Jesús a su Madre, y cómo considerado vencedor de la muerte, tributaba a su Madre los oficios de amor filial y daba el reino de los cielos. Pues si es piadoso perdonar al ladrón, mucho más lo es el homenaje de piedad con que con tanto afecto es honrada la Madre por el Hijo: "He aquí a tu hijo". "He aquí a tu Madre". Cristo testaba desde la cruz y repartía entre su Madre y su discípulo los deberes de su cariño. Otorgaba el Señor, no sólo testamento público, sino también doméstico; y este testamento era refrendado por Juan. ¡Digno testimonio de tal testador! Rico testamento, no de dinero, sino de vida eterna; no escrito con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo (2Cor 3) y pluma de lengua, que escribe velozmente (Sal 44,2) (cfr. María al pie de la cruz, https://mercaba.org/FICHAS/MAR%C3%8DA/M_san_ambrosio.htm).
San Juan Pablo II al reflexionar sobre el Evangelio de San Juan expresa que: "Jesús dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo el discípulo: He ahí a tu Madre" (Jn 19, 26 s) (…). Nos dirigimos con fervor a María, porque un signo especialísimo de la reconciliación de la humanidad con Dios, ha sido la misión que a Ella se le confió en el Calvario, de ser la Madre de todos los redimidos (…). La devoción a la Virgen María no está en contraste con la devoción a su Hijo Jesús. Más aún, se puede decir que, al pedir al discípulo predilecto que tratara a María como a su Madre, Jesús fundó el culto mariano. Juan se dio prisa en cumplir la voluntad del Maestro: Desde aquel momento recibió en su casa a María, dándole muestras de un cariño filial, que correspondía al afecto materno de Ella, inaugurando así una relación de intimidad espiritual que contribuía a profundizar la relación con el Maestro, cuyos rasgos inconfundibles encontraba de nuevo en el rostro de la Madre. En el Calvario, pues, comenzó el movimiento de devoción mariana que luego no ha cesado de crecer en la comunidad cristiana (…). La Iglesia recurre a esta Madre perfecta en todas sus dificultades; le confía sus proyectos, porque, al rezarle y amarla, sabe que responde al deseo manifestado por el Salvador en la cruz, y está segura de no quedar defraudada en sus invocaciones. (San Juan Pablo II, Audiencia General (11-05-1983): Maternidad universal nacida en el Calvario. «Desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio». (Jn 19,27), miércoles 11 de mayo de 1983).
El Papa Francisco reflexiona sobre la maternidad de María y nos comparte lo siguiente: [...] Hoy miramos a María, Madre de la esperanza. María ha vivido más de una noche en su camino de madre. Desde su primera aparición en la historia de los Evangelios, su figura se perfila como si fuera el personaje de un drama. No era un simple responder con un «sí» a la invitación del ángel: y sin embargo Ella, mujer todavía en plena juventud, responde con valor, no obstante nada supiese del destino que la esperaba. María en ese instante se nos presenta como una de las muchas madres de nuestro mundo, valientes hasta el extremo cuando se trata de acoger en su propio vientre la historia de un nuevo hombre que nace. Ese «sí» es el primer paso de una larga lista de obediencias —¡larga lista de obediencias! — que acompañarán su itinerario de madre. Así María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que a menudo no comprende todo lo que le ocurre alrededor, pero que medita cada palabra y acontecimiento en su corazón.
En esta disposición hay un rasgo bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es ni siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino de la vida que revela a menudo un rostro hostil. En cambio, es una mujer que escucha: no se olviden de que siempre hay una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal y como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con las que nunca querríamos habernos cruzado. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.
Hasta ese día, María casi había desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dan a entender este lento eclipsarse de su presencia, su permanecer muda ante el misterio de un Hijo que obedece al Padre. Pero María reaparece precisamente en el momento crucial: cuando buena parte de los amigos se han disipado por motivo del miedo. Las madres no traicionan, y en ese instante al pie de la cruz, ninguno de nosotros puede decir cuál haya sido la pasión más cruel: si la de un hombre inocente que muere en el patíbulo de la cruz, o la agonía de una madre que acompaña los últimos instantes de la vida de su hijo. Los evangelios son breves, y extremadamente discretos. Reflejan con un simple verbo la presencia de la Madre: Ella «estaba» (Juan 19, 25), Ella estaba. Nada dicen de su reacción: si llorase, si no llorase... nada; ni siquiera una pincelada para describir su dolor: sobre estos detalles se habría aventurado la imaginación de poetas y pintores regalándonos imágenes que han entrado en la historia del arte y de la literatura. Pero los Evangelios solo dicen: Ella «estaba». Estaba allí, en el peor momento, en el momento más cruel, y sufría con el hijo. «estaba». María «estaba», simplemente estaba allí. Ahí está de nuevo la joven mujer de Nazareth, ya con los cabellos grises por el pasar de los años, todavía con un Dios que debe ser solo abrazado, y con una vida que ha llegado al umbral de la oscuridad más intensa. María «estaba» en la oscuridad más intensa, pero «estaba». No se fue. María está allí, fielmente presente, cada vez que hay que tener una vela encendida en un lugar de bruma y de nieblas. Ni siquiera Ella conoce el destino de resurrección que su Hijo estaba abriendo para todos nosotros hombres: está allí por fidelidad al plan de Dios del cual se ha proclamado sierva en el primer día de su vocación, pero también a causa de su instinto de madre que simplemente sufre, cada vez que hay un hijo que atraviesa una pasión. Los sufrimientos de las madres: ¡todos nosotros hemos conocido mujeres fuertes, que han afrontado muchos sufrimientos de los hijos!
Volveremos a encontrar a María el día de Pentecostés, en el primer día de la Iglesia, Ella, madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había renegado, muchos habían huído, todos habían tenido miedo (cf. Hechos de los Apóstoles 1, 14). (…) Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la espera, incluso cuando todo parece sin sentido: Ella siempre confiada en el misterio de Dios, también cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. Que, en los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decir a nuestro corazón: «¡levántate!, mira adelante, mira el horizonte», porque Ella es Madre de esperanza. (Papa Francisco, Audiencia General (10-05-2017): Ella estaba allí «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...» (Jn 19,25), miércoles 10 de mayo de 2017.
Queridos hermanos y queridas hermanas: En el contexto del Año Eucarístico, hoy nuestra Iglesia Particular de San Andrés Tuxtla celebra a Nuestra Señora del Carmen. Hoy lunes 15 de julio que realizamos la Peregrinación Diocesana a este Santuario Mariano Diocesano es un día hermoso para Nuestra Diócesis, para sentirnos hijos e hijas de la Iglesia e hijos e hijas de María, nuestra Madre espiritual. Hoy les invito a preguntarnos: ¿Sentimos que María es nuestra madre? ¿Nos sentimos parte de la Iglesia? ¿Nos sentimos que formamos parte de la Iglesia que ama Jesús y por quién Él entregó su vida? ¡Qué hermoso día para sentir el abrazo de nuestra Iglesia católica, de la cual todos somos sus hijos e hijas! Que pongamos en las manos amorosas de María, Nuestra Señora del Carmen, la Madre de la Iglesia, nuestras intenciones personales, familiares, comunitarias, parroquiales y diocesanas. Pidamos por nuestros sacerdotes enfermos. Pidamos todos los Obispos, Sacerdotes, Diáconos, Religiosos y Religiosas, Seminaristas, Agentes de Pastoral, los Laicos y las Laicas para que transmitamos la alegría del Evangelio. Que Dios nos conceda las vocaciones que necesita nuestra Diócesis y el mundo entero según el Corazón de Jesucristo, nuestro Buen Pastor. Que vivamos alegremente nuestra fe en Nuestro Señor Jesucristo. Que así sea.
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