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HOMILÍA

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DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA

S. I. CATEDRAL DE SAN JOSÉ Y SAN ANDRÉS APÓSTOL

SAN ANDRÉS TUXTLA, VERACRUZ

 

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

SÁBADO SANTO 30 DE MARZO DE 2024

 

HOMILÍA

+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA

 

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA, PRIMERA PARTE: SOLEMNE INICIO DE LA VIGILIA O «LUCERNARIO»

Bendición del fuego y preparación del cirio

Encendido del Cirio Pascual.

Procesión con el Cirio Pascual.

Pregón pascual.

 

SEGUNDA PARTE: LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura. Del Libro del Génesis 1, 1–2, 2: Vio Dios todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno.

Salmo Responsorial. Del Salmo 103, l-2a.5-6.10 y 12.13- 14.24 y 35c: Bendice al Señor, alma mía.

Segunda Lectura. Del Libro del Génesis 22, 1-18: El sacrificio de nuestro patriarca Abraham.

Salmo Responsorial. Del Salmo 15,5 y 8.9-10.11: Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

Tercera Lectura. Del Libro del Éxodo 14, 15—15, 1: Los israelitas entraron en el mar sin mojarse.

Salmo Responsorial. Ex 15, lb-2.3-4.5-6.17-18: Alabemos al Señor por su victoria.

Cuarta Lectura. Del Libro del Profeta Isaías 54, 5-14: Con amor eterno se ha apiadado de ti tu redentor.

Salmo Responsorial. Del Salmo 29, 2 y 4.5-6.11 y 12a y 13b: Te alabaré, Señor, eternamente.

Quinta Lectura. Del Libro del Profeta Isaías 55, 1-11:Vengan a mí y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua.

Salmo Responsorial. Isaías 12,2-3.4bcd.5-6: El Señor es mi Dios y salvador.

Sexta Lectura. Del Libro del Profeta Baruc 3, 9-15. 32—4, 4: Sigue el camino que te conduce a la luz del Señor.

Salmo Responsorial. Del Salmo 18,8.9.10.11: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.

Séptima Lectura. Del Libro del Profeta Ezequiel 36, 16-28: Los rociaré con agua pura y les daré un corazón nuevo.

Salmo Responsorial. De los Salmos 41,3.5bcd; 42,3.4: Estoy sediento del Dios que da la vida.

 

GLORIA.

 

Epístola. De la Carta del Apóstol San Pablo a los romanos 6, 3-11: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá.

 

ALELUYA.

 

Salmo Responsorial. Del Salmo 117, l-2.16ab-17.22-23: Aleluya, aleluya.

Evangelio. Del Santo Evangelio según San Marcos 16, 1-7: Jesús de Nazaret, que fue crucificado, resucitó.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas:

 

El Evangelio de San Marcos (Mc 16, 1-7) que se acaba de proclamar nos llama a una mirada de mansedumbre. Una mirada de mansedumbre, de serena confianza en la obra de Dios, que no nos deja a merced de las tinieblas y a la sombra de la muerte. El Resucitado no se impone: regresa victorioso de la batalla contra la muerte, pero no va a humillar a los que lo habían crucificado, no va a demostrar sus propias razones. Ni siquiera va a reprender a los discípulos que lo habían traicionado, repudiado y abandonado. No castiga a nadie, no se impone, no regresa triunfante a la escena de la que fue eliminado violentamente. En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús ni siquiera se ve a símismo, pero deja signos, para que quienes lo desean, quienes lo buscan, puedan finalmente volver a encontrarlo. Para encontrar al Resucitado, debemos aprender a reconocer los signos de su presencia, los modos en que Él entra en nuestra historia.

 

El evangelista San Marcos nos dice, en primer lugar, que las mujeres levantan la mirada (Mc 16,4): es una expresión para decir que algo nuevo ha sucedido, algo que no dependía de fuerzas humanas, para decir que Dios se ha hecho presente. Y que el hombre, para ver esta maravilla, necesita levantar la mirada, abrirse a la idea de que algo nuevo puede suceder. Por tanto, para ver los signos del Resucitado, necesitamos levantar la mirada. Esto es lo que más necesitamos hoy: levantar la mirada. Los días que estamos viviendo de violencia e inseguridad, más en algunas regiones que en otras de nuestro querido México o de nuestro estado de Veracruz, parecen haber mermadonuestras buenas expectativas, cerrado muchas de nuestras alternativas por una vida digna, ser menos optimistas de lograr un futuro mejor. Incluso nuestras relaciones parecen disminuidas, heridas por la desconfianza y los malentendidos.

 

Todo a nuestro alrededor parece hablarnos de fracaso, como fracaso parecía ser la muerte de Jesús, el final de un hermoso proyecto de renacimiento, de cambio y de vida nueva, por el que habían apostado los discípulos. Hoy, nuestras intenciones y esfuerzos de paz, reconciliación y diálogo parecen haber fracasado. Y también parece haber fracasado nuestro deseo de una vida serena, de encuentros que abran horizontes, de justicia cumplida, de verdad aceptada. En definitiva, todo parece hablar de un final, de la muerte. Como en el Evangelio, cuando las mujeres van al Sepulcro a llorar su pérdida. Pero si levantáramos la mirada, si dejáramos de permanecer encerrados en nosotros mismos, en nuestro dolor, bloqueados por rocas que nos mantienen encerrados en nuestras tumbas, quizá también nosotros, como las mujeres del Evangelio de hoy, podríamos ver algo nuevo, algo que se logra.

 

Las mujeres, por la mañana temprano, al salir el sol, van al sepulcro, preguntándose quién podría ayudarlas a quitar la piedra, porque habían visto que la piedra era muy grande (Mc 16,3). Y allí ven que el sepulcro está abierto. Lo nuevo que ven las mujeres, lo que ha sucedido, es que la piedra ya ha sido removida (Mc 16,4) y, por tanto, que el reino de la muerte ya no está cerrado, ya no tiene cautivo a nadie. Todavía entramos en la muerte, pero ya no permanecemos allí, vamos más allá. Jesús ha derribado las puertas del reino de la muerte con la única arma que la muerte no puede resistir, que es la del amor. Si permanecemos en el amor, ya no somos prisioneros de la muerte: la muerte, que mantenía al hombre en su poder, que lo encerraba en su propio reino de soledad y silencio, ya no tiene fuerza ni capacidad para mantener cautivo a nadie. Si amamos, somos libres, resucitamos.

 

A veces sobre nuestros corazones y nuestros ojos se coloca a veces una lápida. Estamos en esta Vigilia Pascual escuchando el testimonio de la Resurrección de Jesús y pedimos a nuestro Maestro y Señor que la piedra del egoísmo, la envidia, la soberbia y otros males que nos encierra a nosotros mismos, sea quitada y que la luz del Cordero vuelva a brillar sobre nuestros ojos. Estamos en esta noche aquí para pedir el coraje de ese amor que tiene la fuerza de vencer el miedo que hoy nos mantiene sujetados y atados. Por eso, queremos pedir el coraje de levantar la mirada, de ver, incluso en este mar de odio y rencores que nos rodea, removida la piedra de nuestros sepulcros, el bien que se realiza, el valor de las vidas entregadas, el tenaz deseo de tantos hombres y mujeres de construir relaciones de paz, el dolor sin resignación de quien no renuncia a apostar por el otro. Veríamos a sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes de pastoral, jóvenes,comprometiéndose a custodiar sus comunidades, a protegerlas del miedo, a vendar sus heridas, a construir la unidad. Son signos que, sin embargo, sólo pueden verse y encontrarse si cultivamos el deseo de buscarlos, si no nos cansamos de cuestionarnos. Son signos suaves, que no se imponen y que no se dejan encontrar si no se buscan y se desean. También la liturgia que celebramos está llena de signos: la Palabra, la luz, el agua, el pan y el vino, el sepulcro. Todos ellos son signos que nos hablan de la victoria sobre la muerte, pero permanecen mudos si nuestro corazón no es libre, si no buscamos al Resucitado, si ya no esperamos nada.

 

Celebrar la Pascua es también renovar el valor y el entusiasmo de buscar, de vivir la vida con las expectativas justas, de cuestionar libremente los signos que nos rodean, de levantar nuestra mirada con confianza y libertad, sin esperar que los demás levanten su mirada hacia nosotros. Su mirada, la de Jesús, nos basta.

He aquí, pues, una primera respuesta a nuestra pregunta sobre dónde y cómo encontrarnos con el Resucitado: nos encontramos con Él siempre que elegimos amar y perdonar, porque sólo así se remueven también las piedras que cierran nuestras tumbas.

 

El evangelista Marcos habla también de un joven vestido con una túnica blanca, que pide a las mujeres que no tengan miedo (Mc 16,5-6). Las mujeres, en efecto, entran en el sepulcro pensando que van a encontrar el cuerpo de Jesús, pero no es así. Entran pensando que encontrarán la muerte, pero la muerte ya no está allí. En su lugar hay un joven, una vida que comienza. Está vestido con túnica blanca, que es el color de Dios. Donde reinaba la muerte, ahora ha llegado la vida de Dios. El ángel invita a las mujeres a mirar de nuevo: "Miren el sitio donde lo habían puesto" (Mc 16,6). Pero luego, para volver a ver al Resucitado, las mujeres son invitadas a ponerse en camino, a ir donde los discípulos, para que ellos también se pongan en camino y vayan a Galilea: "Allá lo verán" (Mc 16,7). El lugar del encuentro con el Resucitado es Galilea, donde los discípulos se pusieron en camino tras Jesús: nos encontramos con el Resucitado allí donde cada uno de nosotros experimentamos un nuevo inicio, un nuevo comienzo. Donde dejemos que el Señor nos saque de nuestras tumbas y donde no nos dejemos paralizar por nuestros miedos, que quisieran impedirnos caminar. Cada vez que el miedo es vencido, cada vez que comienza un nuevo paso de humanidad y de fraternidad, allí el Señor resucitado se hace presente en nuestras vidas.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas: Dejemos de buscar entre los muertos al que está vivo (cfr. Lc 24,5), dejemos de perder el tiempo persiguiendo esperanzas meramente humanas, dejemos de perseguir sueños de soluciones fáciles a nuestros problemas, que a menudo anuncian amargasdecepciones. Dejemos de poner en el centro de nuestra vida sólo nuestro propio dolor, sino que, como las mujeres del Evangelio, renovemos nuestro deseo de levantar la mirada de nosotros mismos. Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona más importante de tu vida. No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación. Cada uno sabe dónde está la propia Galilea, cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua. Recuerda tu Galilea, haz memoria de ella, reavívala hoy. Hermanos yhermanas, sigamos a Jesús en Galilea; encontrémoslo y adorémoslo allí donde Él nos espera. Revivamos la belleza del momento en que, después de haberlo descubierto vivo, lo proclamamos Señor de nuestra vida. Volvamos a Galilea, a la Galilea del primer amor. Que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, ¡y resurjamos a una vida nueva! (Vigilia Pascual en la Noche Santa, Homilía del Papa Francisco, Basílica de San Pedro, Sábado Santo, 8 de abril de 2024). Mientras nos centremos sólo en nosotros mismos, no veremos nada más que a nosotros mismos, nunca encontraremos ninguna señal, nunca veremos ninguna presencia de luz.Que la Pascua de hoy sea una invitación a ponernos en camino, a ir hoy a nuestra propia Galilea, al lugar donde cada día realizamos nuestras actividades, a buscar signos de Su presencia en medio de nosotros, una presencia de vida, de amor y de luz. Encontrarlo presente en aquellas personas que todavía son capaces de gestos de amor y de perdón, de los que el mundo de hoy está más sediento que nunca. Pidamos a Dios este don y esta gracia para todos nosotros, para nuestra Iglesia Particular de San Andrés Tuxtla, para que sea siempre la Iglesia que vive, espera, ama y camina en la luz del Cordero. Que caminemos unidos y solidarios como discípulos misioneros del Resucitado. Así sea.

¡Felices Pascuas!

 

 
 
 

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