DIÓCESIS DE SAN ANDRÉS TUXTLA
PARROQUIA DOCE APÓSTOLES Y CONEXIÓN VITAL RADIO
CENTRO PASTORAL SAN JUAN PABLO II
CATEMACO, VERACRUZ
CONGRESO CUARESMAL
“DEJANDO EL PECADO, LLAMADOS A LA GRACIA”
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B
25 DE FEBRERO DE 2024
HOMILÍA
+MONS. JOSÉ LUIS CANTO SOSA
Primera Lectura. Del Libro del Génesis 22, 1-2. 9a 10-13. 15. 18-19: El sacrificio de nuestro patriarca Abraham.
Salmo responsorial. Del Salmo 115, 10. 15. 16-17. 18-19: R. Siempre confiaré en el Señor.
Segunda Lectura. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 31b-34: Dios nos entregó a su propio Hijo.
Aclamación antes del Evangelio. Cfr. Mc 9, 7: R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: "Este es mi Hijo amado: escúchenlo". R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio. Del Santo Evangelio según San Marcos 9, 2-10: Este es mi Hijo amado.
Queridos hermanos y queridas hermanas:
Seguimos avanzando en el Camino Cuaresmal, Segundo Domingo, segundo paso hacia la Pascua. El Domingo pasado acompañamos a Jesús en el desierto, hoy subimos con Él al monte alto y lo contemplamos en su Transfiguración. Y nos sentimos más identificados con ese Jesús que camina hacia Jerusalén y con su historia, historia que no termina en el Monte del Calvario, sino en la tumba vacía, señal de su triunfo, señal de que tenía razón, señal de su Resurrección. En la noche de la Vigilia Pascual tendremos ocasión de celebrarlo.
En la Primera Lectura, en el texto del Génesis somos testigos del “Aquí estoy”, expresión confiada de Abraham ante el mandato increíble del Señor. Podríamos pensar que Abraham sabía que Dios no le iba a permitir sacrificar a su hijo, pero el valor de su conducta está en haber obedecido al Señor. Esta respuesta debe servirnos de ejemplo a la hora de aceptar lo que Dios tiene escrito en la vida y en la historia de cada uno. Debemos tener esta actitud, porque a través de ella, Dios nos cita para salvarnos y para que demos testimonio de nuestra fe, esa fe que necesita ser renovada cada día, no se puede vivir del pasado, sino que hay que alimentarla continuamente. Nos hemos preguntado alguna vez ¿cómo reaccionamos nosotros cuando la vida nos pone ante la misma situación de Abraham? Este texto también puede ayudarnos a pensar en aquellas cosas, pequeñas y grandes que el Señor nos pide que le sacrifiquemos, y que no estamos dispuestos a hacer. ¿Cuántas cosas hay en nosotros que nos negamos a sacrificar al Señor?
En la cumbre de la montaña, Pedro, Santiago y Juan contemplaron la gloria del que existía desde el principio, la vieron con sus ojos y quedaron enamorados de su belleza. La Transfiguración es como un remanso de paz en el camino lleno de dificultades hacia Jerusalén. Para comprenderla bien podemos pensar en esos momentos en los que sentimos una paz y una tranquilidad en medio de los problemas, que nos gustaría que no acabaran nunca. Fue una experiencia cumbre, anticipo de otra mayor aún, la de la Pascua. Aquella experiencia singular se inició sorprendentemente por gracia de Jesús. Él quiso revelarse en profundidad a aquellos tres discípulos más cercanos.
También nosotros, ayudados de la fe y de la gracia del Espíritu, podemos asomarnos con ansia y temor a la presencia de Jesús resucitado. Viene en nuestra ayuda el testimonio apostólico de la Iglesia: que nos dice que “Jesús vive” porque “Dios lo ha resucitado y nosotros somos sus testigos” (Hch 2, 32). Viene en nuestra ayuda, las mismas palabras del Señor que anuncian su nueva presencia entre nosotros: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20) o también “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Para ver su gloria, tenemos otros puntos de encuentro, por ejemplo, el de aquellos con los que Él se identifica: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber; fui forastero y ustedes me recibieron en su casa; anduve desnudo y me vistieron; estuve enfermo y fueron a visitarme; estuve en la cárcel y me fueron a ver” (Mt 25, 35-36). En ellos también se puede descubrir al Señor, claro que esto es un poco más difícil. En todos estos casos se requiere mucho espíritu de fe y de contemplación, además de la gracia de Dios para poder verlo y reconocerlo. El camino estrenado por los primeros testigos de la resurrección ha quedado abierto para todos los que hemos de creer sin haber visto, ellos nos precedieron, nosotros podemos tenerles como referentes y como guías de nuestro seguimiento.
La Cuaresma es el tiempo de dejar la llanura y subir a la montaña en busca de soledad, de silencio y de contemplación. Es un tiempo especial para escuchar la Palabra y dejar que se asiente en nuestro interior como fermento de conversión y de vida nueva, y aceptando que esa palabra nos va a mantener en las nubes, sino que nos va a empujar después a la vida diaria, a nuestro trabajo cotidiano, a nuestra realidad más cercana.
“Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”, estas palabras del Padre, deben llegar a nuestro corazón como un mensaje de consuelo, de esperanza y de exigencia. En este mundo nuestro, el Padre nos estimula a escuchar a su Hijo. Tenemos su palabra en el Evangelio, sus obras son signo de lo que decía, de modo que nosotros podemos actualizar su vida y su doctrina. Hagamos que nuestro corazón sea más dócil en este tiempo cuaresmal y se deje cuestionar por lo que Dios nos dice.
En la Palabra de hoy recibimos tres invitaciones. Si las secundamos, nos harán más sabios, más libres, más luminosos:
La primera invitación va dirigida a Pedro, Santiago y Juan, y viene dirigida a todos los que con ellos somos discípulos de Jesús: es una invitación a escuchar a Jesús. Porque él sabe muy bien lo que se dice, sabe muy bien lo que nos dice. Tiene palabras de vida que nos harán más sabios, nos darán más luz, nos sensibilizarán más a los verdaderos valores.
La segunda invitación tiene por destinatario a Abraham, y en él a nosotros, los hijos de Abraham. Se nos estimula a obedecer a Dios. ¿Estamos seguros de que no convendría que nos desprendamos de algo? Ciertos apegos e inclinaciones que generan en nosotros «dependencias negativas»; tierras de ídolos; demonios familiares. Acaso abrirnos a lo nuevo. Quizá sea el momento de emprender una nueva etapa en nuestro camino humano y creyente. Si esta es la ocasión, no la dejemos pasar.
La tercera invitación, tomar parte en los trabajos del evangelio. Irradiar nuestra fe, con sencillez, con buen ánimo. Si hemos experimentado la gracia, el amor de Dios que se nos ha hecho presente y comunicado en Jesús, dejemos que esta gracia se manifieste al exterior. Seamos signos, seamos luz. Por intercesión de Nuestra Señora del Carmelo, San José y los Doce Apóstolesintercedan por nosotros ante Dios para que seamos testigos del Resucitado. Así sea.
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