Es costumbre que, al final de una ordenación sacerdotal, los fieles se acerquen con los nuevos presbiterios y les besen las manos, porque acaban de ser consagradas. Me ha tocado hacerlo y aún huelen al perfume del santo crisma. Recordemos que, durante la consagración del aceite, el Jueves Santo, se le vierte perfume. Con este perfume el crisma tiene un buen olor, el buen olor de Cristo del que habla San Pablo. Así, a lo que se le pone el crisma (personas o altares) se identificará con Cristo, será de Él y para Él.
Pero lo que quiero comentar es el gesto de besar las manos al nuevo sacerdote. Besamanos
Era tradición que, tras la celebración de la Primera Misa, el misacantano se colocase en el presbiterio sentado en un sillón, con las palmas extendidas y que todos los asistentes pasasen a besárselas. Solían entrelazarse con una cinta blanca bordada que se conservaba como recuerdo de ese día.
El besamanos es una señal de respeto hacia determinadas personas y ha sido frecuente besar el dorso de la mano de los sacerdotes al acercarse a ellos, en la calle u otros lugares.
Besos litúrgicos. Dentro de los gestos litúrgicos se encuentra el beso, como expresión de respeto y veneración. En la celebración de la Santa Misa, lo realiza el celebrante y el diácono, si le asistiera, besando el altar, tras efectuar ante él una inclinación profunda.
Se besa el evangeliario, tras la proclamación del Evangelio, pero si preside el obispo, el beso puede realizarlo quien lo ha proclamado o llevar el evangeliario al obispo para que lo bese.
En algunos lugares, se ha establecido la costumbre de besarse los fieles en el momento de dar la paz, aunque es mucho más frecuente estrecharse las manos o efectuar una ligera inclinación de cabeza.
Antiguamente existía la costumbre de besar la mano del sacerdote, al dirigirse a él, además del besamanos solemne en el momento de su Primera Misa.
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