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A veces delante del rebaño, en medio o detrás, pero siempre ahí, con el pueblo de Dios. HOMILÍA.

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Homilía Misa Crismal 2022

+Mons. José Luis Canto Sosa




Estimados sacerdotes y diáconos.

Estimados Seminaristas, religiosas y religiosos.

Estimados fieles de las parroquias que integran

nuestra diócesis y pueblo de Dios.

A quienes nos siguen por los distintos medios de comunicación.




Reciban gracia y paz de Dios Padre y Cristo Jesús nuestro Salvador. Nos congregamos en esta Santa Iglesia Catedral, como un solo cuerpo en la Misa Crismal presidida por el Obispo y concelebrada con los Presbíteros de la Diócesis de San Andrés Tuxtla. En esta Celebración se consagrará el Santo Crisma, de aquí el nombre de Misa Crismal, y se bendecirán además el Óleo para los Enfermos y el Óleo para los que se van a bautizar. La palabra “crisma” proviene de la palabra latina “chrisma” que significa “unción”. El crisma es la materia sacramental con la cual son ungidos los nuevos bautizados, son signados los que reciben la Confirmación y los que reciben el Orden Episcopal y el Orden Presbiteral.


La consagración del Crisma y la bendición de los otros dos aceites ha de ser considerada como una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo. Ordinariamente la Misa Crismal se celebra en la Catedral de cada Diócesis el Jueves Santo, pero por razones de conveniencia pastoral, se puede adelantar a uno de los días de la Semana Santa; como en nuestra Diócesis de San Andrés Tuxtla que lo hacemos hoy Miércoles Santo. Haber fijado la Misa Crismal el Jueves Santo no se debe al hecho de que sea ese día de la Institución de la Eucaristía sino, sobre todo, a una razón práctica: para poder disponer de los Santos Óleos, principalmente del Óleo de los Catecúmenos y del Santo Crisma para la celebración de los Sacramentos de Iniciación Cristiana durante la Vigilia Pascual.


El Santo Crisma, es decir el Óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas, el día de nuestro Bautismo y de nuestra Confirmación, en la Ordenación de los Sacerdotes y de los Obispos- La materia apta para el Sacramento debe ser aceite de oliva. El crisma se hace con óleo y aromas o materia olorosa. Es conveniente que recordemos que no es lo mismo el Santo Crisma que el Óleo de los Catecúmenos y el Óleo de los Enfermos que solo son bendecidos y pueden hacerlo otros ministros en algunos casos.



El Rito de la Misa Crismal incluye la Renovación de las Promesas Sacerdotales. Terminada esta Homilía invitaré a los Sacerdotes a renovar su consagración y dedicación a Cristo y a la Iglesia. Juntos prometerán solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer el Santo Sacrificio eucarístico en su nombre y conducir a otros a Él. Por lo tanto, otro tema importante de la Misa Crismal es el Sacerdocio. Al entregar Cristo el misterio de la Eucaristía a la Iglesia instituyó también el Sacerdocio.


Los textos de la Misa Crismal presentan un conjunto catequético no solamente acerca del Sacerdocio Ministerial, sino también relativo al Sacerdocio general de los fieles. Por eso, además de que se reúne todo el presbiterio junto al obispo, se reúnen los diáconos, religiosas, y un buen grupo de fieles.

Jesús vive para siempre junto al Padre y, precisamente por esto, es omnipresente, y está siempre junto a nosotros en el óleo sacramental de la Iglesia. En cuatro sacramentos, el óleo es signo de la bondad de Dios que llega a nosotros: en el bautismo, en la confirmación como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos, en la que el óleo se ofrece, por decirlo así, como medicina de Dios, como la medicina que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, la resurrección ¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor” (Sgto. 5, 14). De este modo, el óleo, en sus diversas formas, nos acompaña durante toda la vida: comenzando por el catecumenado y el bautismo hasta el momento en el que nos preparamos para el encuentro con Dios Juez y Salvador. Por último, el Santo Crisma el único óleo que a diferencia de los otros es consagrado por la intervención del Obispo, ese óleo es algo Sagrado, en la que el signo sacramental se nos presenta como lenguaje de la creación de Dios, se dirige, de modo particular, a los sacerdotes: nos habla de Cristo, que Dios ha ungido Rey y Sacerdote, de Aquel que nos hace partícipes de su sacerdocio, de su “unción”, en nuestra ordenación sacerdotal.

Los óleos que bendecimos y el crisma que consagraremos son signos de la comunicación misteriosa e incesante del Espíritu. También son cercanías de Dios con su pueblo.

Queridos hermanos Sacerdotes en la renovación de las promesas sacerdotales, debemos estar conscientes de estar configurados con Cristo Buen Pastor, y aprovecho para recordar lo que el Papa Francisco dice: los sacerdotes deben ser “Pastores que van con el pueblo de Dios: a veces delante del rebaño, a veces en medio o detrás, pero siempre ahí, con el pueblo de Dios”. Son llamados a desempeñar un servicio, un servicio como el que Dios ha hecho a su pueblo. Y este servicio de Dios a su pueblo tiene “huellas”, tiene un estilo, un estilo que deben seguir. Este es el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura.



Cercanía con Dios en la oración, en los Sacramentos, en la Misa. La cercanía al Obispo, buscar estar cerca del Obispo, porque en el Obispo se tiene la unidad pues los sacerdotes son colaboradores del Obispo, pero sobre todo en la obediencia. Cercanía entre los sacerdotes que es la de la fraternidad. Ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal hay lazos de auténtica amistad y también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. La cercanía con el santo pueblo fiel de Dios, buscar la proximidad y compasión con el Pueblo de Dios con esa ternura que nos hace sentir que somos la familia de Dios.

Primera cercanía: La cercanía con Dios.

Un sacerdote es invitado ante todo a cultivar esta cercanía, esta intimidad con Dios, y de esta relación podrá obtener todas las fuerzas necesarias para su ministerio. La relación con Dios es, por decirlo así, el injerto que nos mantiene dentro de un vínculo fecundo. Sin una relación significativa con el Señor, nuestro ministerio está destinado a ser estéril. La cercanía con Jesús, el contacto con su Palabra, nos permite confrontar nuestra vida con la suya y aprender a no escandalizarnos de nada de lo que nos suceda, así como a defendernos de los “escándalos”. Al igual que el Maestro, se pasará por momentos de alegría y de boda, de milagros y de curaciones, de multiplicación de los panes y de descanso. Existirán momentos en que se podrá ser alabado, pero también llegarán las horas de ingratitud, de rechazo, de duda y de soledad hasta tener que decir: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Sin la intimidad de la oración, de la vida espiritual, de la cercanía concreta con Dios a través de la escucha de la Palabra, de la celebración de la Eucaristía, del silencio de la adoración, de la consagración a la Virgen, del acompañamiento sapiente de un guía espiritual, del sacramento de la Reconciliación, sin estas “cercanías”, en definitiva, un sacerdote es, por así decirlo, sólo un obrero cansado que no goza de los beneficios de los amigos del Señor. En la cercanía con Dios, ya no da miedo conformarse a Jesús crucificado, como se nos pide en el rito de la ordenación sacerdotal.



Segunda cercanía: la cercanía al Obispo.

El sacerdote debe buscar estar cerca del Obispo, porque en el Obispo tendrá unidad pues es colaborador del Obispo. La cercanía incluso en los malos momentos llamar al Obispo para estar cerca de él. El obispo, sea quien sea, permanece para cada presbítero y para cada Iglesia particular como un vínculo que ayuda a discernir la voluntad de Dios. Pero no debemos olvidar que el obispo mismo sólo puede ser instrumento de este discernimiento, si también él se pone a la escucha de la realidad de sus presbíteros y del pueblo santo de Dios que le ha sido confiado. No es casualidad que el mal, para destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos que nos constituyen. Defender los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular y con su obispo, hace que la vida sacerdotal sea digna de crédito. La obediencia es la opción fundamental para acoger a quien ha sido puesto en la diócesis como signo concreto de ese sacramento universal de salvación que es la Iglesia. Obediencia que puede ser confrontación, escucha y, en algunos casos, tensión, pero no se rompe. Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto, valor y sinceridad. Pide también de los obispos, humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar. Si defendemos este vínculo, avanzaremos con seguridad en nuestro camino.

Tercera cercanía: cercanía entre los sacerdotes.

Es precisamente a partir de la comunión con el obispo que se abre la tercera cercanía, que es la de la fraternidad sacerdotal. Un proverbio africano dice: “Si quieres ir rápido tienes que ir solo, mientras que si quieres ir lejos tienes que ir con otros”. A veces parece que la Iglesia es lenta -y es verdad-, pero hay que pensar que es la lentitud de quienes han decidido caminar en fraternidad. Incluso acompañando a los últimos, pero siempre en fraternidad. Las características de la fraternidad son las del amor como las presenta San Pablo en el capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios.

En muchos presbíteros tiene lugar el drama de la soledad, de sentirse solos. Se tiene la sensación de sentirse no dignos de paciencia y de consideración. Más aún, sienten que del otro no pueden esperar la benignidad, sino sólo el juicio. El otro es incapaz de alegrarse del bien que se nos presenta en la vida, y yo tampoco soy capaz de alegrarme cuando veo el bien en la vida de los demás. Esta incapacidad es la envidia, deseo subrayar esto- que tanto atormenta a nuestros ambientes sacerdotales y que es una fatiga en la pedagogía del amor, no simplemente un pecado que se debe confesar. Ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal, la cercanía entre los sacerdotes, y hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. Hermanos sacerdotes procuremos participar en las reuniones de Generaciones, de las Foranías, en las Asambleas Diocesanas, en los Ejercicios Espirituales, las convivencias sacerdotales, paseos presbiterales, y otras actividades pues son medios que favorecen la fraternidad sacerdotal.



Cuarta cercanía: la cercanía con el santo pueblo fiel de Dios.

Es una cercanía que, enriquecida con las “otras cercanías”, invita y en cierta medida exige desarrollar el estilo del Señor, que es estilo de cercanía, de compasión y de ternura, porque es capaz de caminar no como un juez, sino como el Buen Samaritano que reconoce las heridas de su pueblo, el sufrimiento vivido en silencio, la abnegación y sacrificios de tantos padres y madres por llevar adelante sus familias, y también las consecuencias de la violencia, la corrupción y de la indiferencia que a su paso intenta silenciar toda esperanza. Cercanía que permite ungir las heridas y proclamar un año de gracia en el Señor (cf. Is 61,2). Es clave recordar que el Pueblo de Dios espera encontrar “pastores” al estilo de Jesús. Hoy el pueblo de Dios nos pide pastores del pueblo y no clérigos estatales o “profesionales de lo sagrado”; pastores que sepan de compasión, de oportunidad; hombres con coraje capaces de detenerse ante el caído y tender su mano; hombres contemplativos que en la cercanía con su pueblo puedan anunciar en las llagas del mundo la fuerza operante de la Resurrección.

Yo como Obispo y ustedes hermanos sacerdotes sería bueno preguntarnos: “cómo están mis cercanías”, cómo estoy viviendo estas cuatro dimensiones que configuran mi ser sacerdotal de manera transversal y que me permiten “gestionar” las tensiones y “desequilibrios” que a diario tenemos que manejar. Las cercanías del Señor no son una carga más sino un regalo que Él hace para mantener viva y fecunda la vocación. La cercanía con Dios, cercanía con el obispo, cercanía con nosotros los sacerdotes y cercanía con el pueblo fiel de Dios. Cercanía con el estilo de Dios que es cercano con compasión y ternura.

Somos débiles y pecadores, pero con la responsabilidad de una misión que nos sobrepasa y nos sobrecoge. El calor de nuestra cercanía y de nuestra oración nos ayudará a que seamos “santos sacerdotes”.



Queridos sacerdotes, quiero agradecer, en nombre del Señor y de todo el pueblo de Dios, de nuestra Iglesia diocesana, nuestra entrega y fidelidad, nuestro trabajo de cada día y nuestra buena voluntad tantas veces manifestada.

Queridos hijos, laicos y religiosas que nos acompañan, que están cerca de nuestros pastores, en nosotros está presente el pueblo de Dios que camina en la Iglesia del Santo Reino, ¡Rueguen por nosotros!, ayudándonos con su oración constante, con su comprensión y afecto. No somos más que nadie. Hemos sido sacados de entre ustedes para que, ungidos y unidos a Cristo, compartiendo su misión, seamos devueltos a ustedes para servirles y ayudarles, y, caminando juntos, alcanzar la salvación. Salvación que podemos degustar en nuestro día a día, respondiendo al amor y a la voluntad de Dios, pero que deseamos conseguir en plenitud cuando lleguemos a la Casa del Padre.


Que San Andrés Apóstol y Nuestra Madre María en la advocación del Carmen, nos bendigan y nos ayuden a caminar en sinodalidad. Así sea.

Dios proveerá

+ Mons. José Luis Canto Sosa

VI Obispo de San Andrés Tuxtla





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